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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

sábado, 31 de julio de 2010

LA CELEBRACIÓN DEL BICENTENARIO. PARTE II

La hacienda es hermosa, muy hermosa. Las sábanas y colchas de las camas son de encajes tejidos por manos de mujeres, hay flores en floreros, hay cuadros en paredes, hay cortinas enormes de telas con bordados, hay carpetas en muebles y en sillones, hay tantas cosas más que siguen delatando manos femeninas, tardes de tedio, íntimas historias contadas en secreto. En grandes haciendas vive la gente fina que organiza bailes en salones majestuosos bajo candiles con cientos de vidrios como cuentas de colores, con muebles que parecen de oro y también con grandísimos espejos donde las parejas que bailan pueden verse abrazadas al ritmo de una polka o de un vals. La gente fina viaja a Francia y a Italia, los hijos de la gente fina se educan en París. La gente fina se viste con finas telas que llegan en los barcos. La gente fina bebe vinos rojos y blancos, y come quesos y jamones de lugares lejanos. La gente fina está aterrada de ver por las rendijas de las puertas a esos bárbaros que se llaman los revolucionarios y que tienen sed de sus vinos y también de ver su sangre. La gente fina que pudo corrió hasta perderse por los campos para librarse de los asesinos y la gente fina que no corrió se quedó metida en alacenas, debajo de las camas o en el establo, cubierta con estiércol de vacas y caballos para hacerse invisible.

Y así empezó la Revolución Mexicana de 1910 que ahora gustosos todos los mexicanos conmemoraremos con una fiesta maravillosa en la que se gastarán muchísimos pesos que para eso son: para celebrar.

En las haciendas la gente pobre servía a la gente fina y vivía en unas casuchas inmundas, ellos no tenían salario porque existían las tiendas de raya que pagaban a los trabajadores su salario en mercancía y además se aseguraban de dejarlos siempre endeudados: con deudas de por vida.

¿A alguno de ustedes le suena esto cotidiano? Quincena con impuestos ya descontados. Pago de la letra del coche. Colegiaturas. La letra del préstamo del banco. La hipoteca de la casa. La mensualidad de los muebles de la casa. La luz. El agua. El aire que respiro!!!! Y la tenencia por usar un auto y que no he pagado. Y ya, no hubo quincena en realidad.

En el Porfiriato (que era una dictadura) había leyes económicas que favorecían cada vez más a los ricos y menos a las masas trabajadoras.

Ahora en nuestro país yo veo todo igual: los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Por cierto, los hijos de la gente fina siguen educándose en el extranjero.

Los capitalistas, apoyados por el dictador, explotaban a los peones en las haciendas, las minas y las fábricas de las que eran dueños. No había ley laboral.

Ahora ya hay ley laboral pero ni para qué la queremos porque también hay discriminación por sexo y edad para conseguir trabajo, discriminación a mujeres embarazadas y a mujeres en general que tienen que pasar la humillación de demostrar que no están embarazadas para optar por un trabajo. Hay niños explotados que trabajan hasta en la pornografía; hay nepotismo y compadrazgos; hay salarios enormes para los diputados. Hay más desempleo, pobreza y tristeza que nunca antes.



En fin, la Revolución Mexicana de 1910 empezó por la pobreza extrema, por el abuso, por los beneficios a las empresas extranjeras, por la concentración de riqueza en pocas manos, por una dictadura abusiva e insensible, por los altísimos impuestos cuando la producción agrícola decayó y porque un grupo de ladrones y asesinos tomaron el poder de la nación junto con su presidente y la manejaron a su antojo con las armas del dinero y el poder.

Compatriotas, ¿ha cambiado algo?
Pregunto de nuevo ¿Qué es lo que hay que celebrar?

sábado, 24 de julio de 2010

LA CELEBRACION DEL BICENTENARIO. PARTE I

Ayer en un noticiero me enteré que los gastos para la celebración de nuestro Bicentenario ascenderán a 2 mil 900 millones de pesos “tentativamente” porque es posible que suban un poco más ya que, para todos los mexicanos, “este es el gran momento para difundir nuestra historia, reflexionar con profundidad y celebrar con júbilo”, como dijo Lujambio, secretario de la SEP y ahora coordinador de los magníficos festejos. No sé por qué anuncian esa cantidad ofensiva, ¿será que debemos sentirnos orgullosos de ese gasto y de lo que se hace con nuestros impuestos y nuestro trabajo?


Yo, en apoyo al Sr. Lujambio, me dedico a reflexionar con profundidad y empiezo por la primera parte del Bicentenario que es la Independencia de México: en aquellos tiempos nuestro país no era México sino parte de la Nueva España y a la corona española debíamos rendirle tributos como todo el oro y la plata que se pudiera y, por supuesto, obediencia. También había discriminación social y racial, o sea, que mientras más europeo fueras, mejor, porque los criollos eran relegados por ser nacidos en América, los mestizos más aún porque se consideraban ilegítimos y los indígenas eran explotados y maltratados; había inmoralidad y corrupción burocrática ya que la administración estaba en manos de los españoles, el clero era poderoso y español por supuesto, además, de costumbres relajadas, y por último, los impuestos eran muy elevados porque España estaba en decadencia económica.

Ahora que celebraremos con tanta fiesta y tanto gasto esa Independencia la reflexión profunda a la que nos invitan nuestras autoridades me deja ver cosas que no me gustan y sólo entiendo que todo dio vuelta y regresó al mismo punto:

1) Todo el oro y toda la plata del país para el más poderoso ahora ya no es la Corona Española sino políticos, presidente, secretarios, diputados, senadores y bueno, tenemos el honor como nación de tener a Carlos Slim: el hombre más rico del mundo (datos de Forbes, 2010). Nuestro dinero luce.

2) La discriminación no es asunto del pasado en nuestro país y por eso abundan los derechos que no deberían ni siquiera marcarse como especiales, pero es que son tan pisoteados los derechos humanos que ahora debe haber “Derechos de los niños”, “Derechos de los indígenas”, “Derechos de los ancianos” y de todos aquellos que no sean precisamente los más fuertes.

3) Antes de la Independencia ya el pueblo estaba cansado de la inmoralidad y la corrupción administrativas y gubernamentales. Ahora realmente no sé si podríamos decir que es peor o que por lo menos es igual que entonces. Todos lo sabemos. Todos lo vivimos.

4) ¿Y qué decir del clero actual en México?, ¿de las grandes riquezas que amasa?, ¿de sus alianzas con el narco?, ¿de su inmoralidad y su soberbia?

5) Último punto: los impuestos. Sube el IVA, sube el ISR, hay impuesto por depositar en los bancos, por comprar cigarros, bebidas alcohólicas, por jugar lotería, y cualquier día nos confirman que tendrán impuestos los alimentos y las medicinas.

Patria querida ¿de verdad te independizaste? Compatriotas todos, ¿qué celebramos?

miércoles, 21 de julio de 2010

VIEJO TENIAS QUE SER

En memoria de la Memi


En los años sesenta, en la Ciudad de México, mi mamá aprendió a manejar un automóvil y se convirtió en una de las primeras mujeres al volante en el país. El mundo de las avenidas, los semáforos y los dobles sentidos no resultó para ella mucho más complicado que el entorno hogareño al que estaba acostumbrada. Mi papá le compró un Renault Dauphine al que nosotros bautizamos como ”El gato” porque parecía nuestra mascota, a mi mamá la veíamos decidida y atenta mientras conducía con su Gato lleno de niños felices.

Nosotros, sus hijos, nos acostumbramos entre risa y risa a escuchar todo lo que le decían los ofendidos choferes del sexo contrario y que no bajaba del tono de “viejas a la cocina”, “Dios me libre de las viejas” y “¿quién te dijo que las viejas saben manejar?” Yo desde ese entonces observaba que los insultos nos caían encima precisamente por el estricto cumplimiento de las reglas de tránsito por parte de mi mamá; el estilo de los hombres era, en general, saltarse los reglamentos. Así es que si la luz del semáforo era roja, mi mamá hacia el alto del tiempo que fuera aunque no viniera ni Dios por ninguna otra calle, y si al empezar la luz verde un peatón quedaba a medio camino para cruzar la calle, ella se esperaba a que llegara en paz a la otra orilla y no le importaba que se pegaran al claxon todos los conductores que teníamos detrás.

Mi mamá y nosotros en el Gato éramos la libertad, hoy la recuerdo valiente y decidida, sin complejos ni miedos, siendo una de las poquísimas mujeres que se atrevían a hacer cosas de hombre. El cabello le volaba con el aire de la ventanilla abierta y el aire tomaba velocidad en las avenidas grandes y los tipos seguían gritándole barbaridades y todos nos sentíamos tan orgullosos de ella.

La última vez que estuve en la Ciudad de México tomé un taxi al aeropuerto, lo conducía una mujer, tan sabedora de su oficio, tan cumplidora de las reglas, que me tenía recordando aquellos tiempos del Gato. El recorrido por la ciudad me estaba resultando un hermoso paseo hasta que, en una esquina, un presumidito de coche nuevo se pasó el alto y por poco se nos estrella; por cierto, el presumidito era un señor serio, respetable, de los de traje y corbata, de los de coche del año.

La Ciudad de México ya no es la de los años sesenta, pero esa mujer me estaba mostrando que el respeto a los otros conductores todavía puede existir y por eso se molestó tanto, por eso la mujer taxista asomó medio cuerpo por la ventana y con todo el volumen y coraje que pudo tener su voz le dijo: “viejo tenías que ser”

sábado, 17 de julio de 2010

CUANDO VEO Y ESCUCHO AL PRESIDENTE

Cuando veo y escucho al Presidente o a cualquiera de nuestros gobernantes o a cualquiera de los que quieren ser gobernantes recuerdo una hermosa historia que cuenta el neurólogo Oliver Sacks en un libro que recomiendo muchísimo y que trata de relatos reales sobre el extraño mundo de los pacientes neurológicos: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Barcelona, Anagrama, 2002)


Dice Sacks que un día, cuando se transmitía un discurso del Presidente en el pabellón de afásicos del hospital donde él trabajaba, encontró a muchos pacientes muertos de risa, éstos eran los pacientes con afasia global. Ellos son incapaces de entender las palabras en cuanto tales, pero son profundamente receptivos a la expresividad del lenguaje: tono, timbre, los gestos que acompañan al habla, el sentimiento mismo de quien habla y toda la sutil expresividad que excede lo verbal. Su organismo potencia esta habilidad como una compensación a su discapacidad. Así entonces, entienden sin palabras lo que es auténtico, lo que no se puede escuchar: las muecas, los histrionismos, los gestos falsos, las cadencias y tonos fingidos de la voz y en el discurso del Presidente, todos estos eran incongruencias tan notorias y grotescas que los afásicos no podían evitar las carcajadas.

En el mismo pabellón había otros pacientes cuya discapacidad era opuesta a la anterior ya que carecían totalmente del sentido de la expresión y el tono del lenguaje, mientras conservaban intacta la capacidad de entender las palabras y las construcciones gramaticales. Ellos padecían agnosia tonal. Como la observación de los gestos de otras personas es un aprendizaje que les lleva tiempo y esfuerzo, ellos se concentran básicamente en lo que escuchan ya que pueden entender el lenguaje con sus palabras y construcciones precisas como tal; digamos que, de alguna manera, leen el lenguaje oral con un sentido crítico y exacto. Uno de estos pacientes estaba muy serio ante el discurso y, al preguntarle Sacks que qué pasaba él dijo: “no es convincente, no habla buena prosa, utiliza las palabras de forma incorrecta, o tiene una lesión cerebral o nos oculta algo”.

La historia de Sacks termina con una observación de lo que ese día sucedió y ahora sigue sucediendo, con cualquier gobernante o candidato, en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo. Dice Sacks: “A nosotros, individuos normales... se nos engañaba genuina y plenamente. Y el uso engañoso de las palabras se combinaba con el tono engañoso tan taimadamente que sólo los que tenían lesión cerebral permanecían inmunes, desengañados”. Y yo siento en este momento que de verdad me gustaría compartir ahora los discursos televisivos de nuestros políticos con aquellos pacientes del pabellón de afásicos.

miércoles, 14 de julio de 2010

MI ABUELITA DECÍA

Mi abuelita Quetita fue una mujer muy sabia a la que le gustaba mucho la repostería. La recuerdo siempre en la cocina, con las manos llenas de harina y en medio de aromas de pan. Hace ya muchos años que se fue, pero hoy como ayer, escucho todavía sus consejos con todo y su advertencia “mira hijita, hazme caso porque más sabe el diablo por viejo que por diablo” Los olores de mi memoria son de pan.

Mi abuelita decía…

• Cuidado con la lástima porque por esa maldita lástima cometemos las tonterías más grandes.

• Abuelita ¿tú crees que los hombres cambian? No, mi hijita, los hombres no cambian, mejor cambia de hombre.
  • Ni creas que se muere por ti hijita. Viejo celoso: viejo mañoso.
• Pareces el judío errante, a ver si te sientas ya para que te pongas a pensar.

• Cuídate de ella porque es más mala que pecado en viernes santo, o que carne de puerco a medianoche.

• Cuando estés enferma hijita, quéjate como si te estuvieras muriendo porque si no, no habrá ni quién te haga caso.

• El que come y canta loco se levanta.

• En la alameda me dijo un loco: si tú no me quieres, ni yo tampoco.

• Mira hija, a mí no me consta lo del cielo y lo del infierno pero te aseguro que aquí se paga todo, ten paciencia y observa.

• Abuelita, dicen que el año que entra se va a acabar el mundo. Mira hija, el mundo se le acaba a cada quien el día que se muere.

• Nadie se muere la víspera del día que le toca, sólo el pavo de Navidad.

• Nunca te fíes de los mochos que van mucho a la iglesia, porque comen santos y cagan diablos.

• No hay peor cosa que una mujer que se le pega al hombre como tábano.

• No sé por qué se creen tanto los gringos si no saben ni hablar, dicen “pai”, lo escriben “pie” y a fin de cuentas: es pastel.

• En la casa donde hay una mujer no debe irse a la panadería. Hacer el pan en casa es el mayor gusto de todos los días.



Jamás he podido decir “Descansa en paz abuelita” porque no vaya a ser que calles para siempre y yo no quiero dejar de oír tus consejos y mucho menos, perder las memorias del pan. Gracias Quetita.

sábado, 10 de julio de 2010

AUTENTICA LUCHA LIBRE


Hace unos días vi entre los anuncios de Televisa uno de TVAzteca con Javier Alatorre hablando del magnífico proyecto (atrapabobos) de Iniciativa México. De momento me sorprendí ¡las televisoras enemigas ya se aman!, pero cuando salí del asombro entendí aún más cuán sucio es el mensaje subliminal de toda esta historia: todos los mexicanos unidos, somos ahora amigos porque sólo juntos podemos levantar a nuestro país, ¡qué bonito discurso!, ¿o no? Estoy pensando en cuántos mexicanos se quedaron en esta hermosa realidad de las nuevas amistades y los rencores atrás.

La verdad es que lo vivimos diariamente y confieso haberme tragado a veces lo de estas alianzas. Primero me caso ideológicamente con un partido político, le presto atención y me parecen sensatas sus ideas, entonces espero, espero, con eso de que la esperanza muere al último (el problema ahora es que yo ya llegué a ese último). Poco después mi partido favorito aparece en una conciliadora Alianza que arregló definitivamente sus diferencias con otro u otros partidos. De momento, claro, pensé que qué bien; pero ya cuando por fin me alcanza el raciocinio me doy cuenta de que PRD y PAN, por ejemplo, no tienen nada que hacer juntos.

Es un gran teatro, solamente.
Es un teatro para espectadores asombrados que no deben pensar.
Y de esos espectadores he llegado a ser.
¡Cómo lo siento!


Todo esto me recuerda una maravillosa historia que leí en alguna novela que ya no encuentro pero que, gracias a Dios, me quedó en la memoria. Un niño, llamémosle Ponchito Verde, es muy aficionado a la lucha libre porque Jacinta, su nana, lo lleva todos los sábados y ambos disfrutan enormemente. Ponchito Verde es fan del Santo e incluso reza por él antes de las peleas ya que su contrincante principal cada vez se muestra más feroz: es el Blue Demon.

Un sábado muy especial y muy esperado habrá una gran pelea de campeonato entre el Santo y Blue Demon y Ponchito Verde está muy nervioso durante toda la semana previa y, desde luego, redobla sus rezos y encarga al Santo con todos los santos de verdad. Esa tarde de la gran lucha es una tarde fatal porque el Santo pierde y el Blue Demon se pasea por la arena todo orgulloso, con los brazos en alto y Ponchito puede verle, a través de la máscara cómo se ríe con burla del Santo que se queda tirado en el suelo.

Por la calle de regreso Ponchito Verde va llorando en silencio, siente que odia al Blue Demon y le da mucha tristeza que el Santo tan bueno y tan poderoso haya podido ser derrotado por un sucio tramposo, porque eso es el Demon. Entonces, al pasar por un café de chinos, Jacinta le dice que entren para tomar café o chocolate y pan porque de que es cierto, es cierto, que las penas con pan son buenas y ella también siente pena por el Santo. Cuando están en la puerta de entrada ya ni pueden entrar porque ambos ven, asombradísimos, que en la mesa del fondo están el Santo y el Blue Demon, felices, muertos de risa, tomando pan con chocolate para las penas.

Jacinta y Ponchito Verde ya no fueron más a la lucha libre.

REQUIEM POR LO QUE PERDÍ

La Patria es mi ciudad: Ciudad de México. Los jueves a las 8 de la noche mis hermanas y yo veíamos a Viruta y Capulina: “Cómicos y Canciones Adams”, cantaban las hermanitas Navarro. A mis papás les gustaba más el programa “Estudio Raleigh” con Pedro Vargas que llevaba invitados como Alejandro Algara y otros que cantaban con Alvarito al piano, y además, para hacer chistes estaba el Chino Herrera y mis papás se reían muchísimo y hoy yo recuerdo con intensidad esos programas mientras miro la televisión y aquí y ahora el nuevo Downy es la protección materna y con helados Holanda se ve todo del lado amable.

Después de los helados antidepresivos y el afecto que emana de los detergentes continúan las noticias: el reportero entrevista a un damnificado que ¿cómo se siente usted?, que ¿qué opina de los efectos del huracán?, y ojos de agua le responden, palabras cortadas; el reportero entrevista al secuestrado, al herido: ¿qué le puede usted decir al auditorio?, y miradas tristísimas le responden, palabras ahogadas y coma helados Holanda, ¡que lo acaricie el Suavitel!

Una ráfaga de luz vibrante y gélida me atraviesa desde la pantalla. Ciudad de México, ciudad enorme habitada de fantasmas, de almas en pena por doquier y yo, metida en cama, no puedo despegarme de la pantalla porque, hundida en un rebozo, llora la madre de una niña violada y asesinada; el reportero, frente al féretro, con fingida cara de respeto, le pregunta su nombre. M a r í a... frases débiles se oyen, quejidos de agua y el reportero insiste: ¿quiere usted narrar al auditorio lo ocurrido? Mirada perdida de la madre. El jabón Zest te vuelve a la vida. Coca-Cola es alegría.

Necesito entonces regresar a las “Noches tapatías” de antaño y ya no recuerdo si había tantos comerciales en las pantallas o mi memoria reprime y mis ojos veían solamente lo blanco y lo negro y mis ojos eran y no hay ojos más lindos en la tierra mía, que los negros ojos de la tapatía. Los negrísimos ojos como el pelo de Velvet, la niña del caballo que era yo en la tele y luego, viernes a las siete y media y Rin-tin-tin en la pantalla con el teniente Rip Masters, el sargento Bif O´Hara y el cabo Rusty y son los años cincuenta de México desde la gran ciudad, y no este nuevo milenio que siguió a aquellos tiempos.

Y hoy, prendida a mis memorias pienso como el poeta Manrique que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Y no sé si es porque yo era niña y los niños ven el mundo con otros ojos: alegres, o quizás porque aquel país en el que yo podía vivir y ser feliz ya no existe. Estoy triste porque no fuimos nosotros quienes destruimos, fue un puñado de asesinos el que mató a mi Patria.

miércoles, 7 de julio de 2010

¿LICENCIADO O DOCTOR?

Cuando yo hablo a una oficina para buscar a Alicia Reyes me preocupa saber si es Licenciada, porque Elena Gómez era Maestra en Ciencias y se molestó con el grado inferior. Y si al Doctor Domínguez le llamo yo Maestro piensa que de plano le estoy diciendo Profesor; pero si al Profesor Rodríguez le digo Licenciado es siempre más seguro que decirle Señor.


Nada más fácil, entonces, que licenciar a todo el mundo para no cometer equivocación. ¿Es usted Margarita? Licenciada Rosales para servir a usted. Perdón Licenciada (y ya empezamos con tensión). Así las cosas se complican con tantas otras profesiones: Arqueólogo, Antropóloga, Matemático, Ecólogo, Historiador… Y si además de especialista conocido se llama Director, Coordinador, Jefe, Comisionado, Delegado o Diputado, el arte de las relaciones sociolaborales se convierte en exquisita sofisticación. ¿Será entonces que en México los Directores y los Licenciados se sienten aún gente decente en casa cuando los llaman papá, hermano, cuñada, compadre o hijo de vecino?

En este país pensamos todavía que ir a la Universidad y obtener un título significa un gran escalafón social, si no eres licenciado no eres nadie. ¿Cómo vas a encontrar trabajo?, ¿cómo vas a demostrar que sabes algo?, ¿cómo te vas a dar a respetar? Obviamente todos conocemos Licenciados y Maestros que acabaron poniendo un negocio que no tiene nada que ver con lo que estudiaron, o que se dedican a lo que sea porque aquí las ofertas de empleo no son precisamente buenas ni abundantes. Pero, sobre todo, esos Licenciados acaban siendo felices y ganando dinero en cualquier cosa menos en “lo suyo”.

Mi hijo tiene amigos en España con quienes estudió la Educación Media después de la cual, algunos van a la universidad (creo que los nerds) y los otros se empiezan a ocupar de muchas otras cosas. Cuando volvió a verlos, años después, les contó que él estaba estudiando en la UNAM y quedaron sorprendidísimos, pero mi hijo también: mira, me dijo, Christian es soldado y gana muy bien, se compró ya una moto buenísima, Genaro trabaja en la carnicería de un súper y se está comprando un departamento en una buena zona y Pablo conduce un autobús y gana tanto como para darse la gran vida. El único raro del grupo es Javier, quien decidió ir a la universidad, y ahora yo también.

Me quedo pensando que, obviamente, esto tiene que ver con país desarrollado o subdesarrollado porque bien que quisiera yo vivir con el nivel económico de mi primo Tom el gringo quien reparte periódicos en una zona de Chicago y debe haber terminado sólo el equivalente a nuestra secundaria. Yo creo que tenemos una gran necesidad de darle una categoría importante a las carreras técnicas en nuestro país, porque los técnicos son necesarios y ser técnico no debería ser un consuelo para el que no puede ser licenciado sino un orgullo para el que tendrá trabajo con más seguridad que muchos otros.

sábado, 3 de julio de 2010

EL VOTO ES UN INSULTO AL CIUDADANO

Hace ya algunos años mi papá fue funcionario de casilla en unas elecciones para presidente de la República; él era, sobre todo, un hombre honrado y esa mañana se fue muy entusiasta a cumplir con su deber ciudadano y se veía feliz de predicarnos con el ejemplo sobre la participación democrática en el destino de nuestro país. Sin embargo, esa tarde cuando regresó no quería hablar, tampoco quiso cenar y hasta dos días después nos reunió a todos sus hijos y nos dijo “el voto es un insulto al ciudadano”. Con los días fuimos sabiendo que en su casilla había habido hasta golpes y que a él lo amenazaron con la cacha de una pistola los que abrieron las urnas y metieron los votos que traían por montones en unas bolsas muy bien cerradas.


A mí eso me bastó de una vez y para siempre aunque seguí viendo las mismas técnicas corruptas y luego otras cada vez más sofisticadas para lograr elecciones fraudulentas, aquella vez (¿recuerdan?) hasta se cayó el sistema en todas las computadoras que contaban  los votos del país!!! Yo para ese entonces ya no me admiraba, había visto y oído lo que todos nosotros “ciudadanos mexicanos” hemos vivido en cada votación ya sea de presidente municipal, de diputados y de lo que sea. El más poderoso y el más tramposo es el que gana y por eso ahora veo con terror la lucha interna que ha convertido a nuestro país en uno de los más peligrosos del mundo mientras sabemos si son los narcos o es el gobierno el tramposo más poderoso. Muchos mexicanos ya nunca lo sabrán porque ahora andamos muriendo como moscas con insecticida en cualquier lugar de la patria. Y en cuanto al voto, pues hoy en día, como vemos, se necesita una agresiva manipulación mediática para que la gente participe, ya hasta con los niños se meten para organizarles minivotaciones y para que ayuden a arrastrar a sus padres al jueguito de ir a las urnas.

El hecho de votar en México es un derecho y una obligación, lo cual ya suena bastante incongruente; sin embargo ni siquiera es exactamente así ya que nuestra Constitución dice que: Votar en las elecciones es una prerrogativa del ciudadano (Título I, capítulo IV, artículo 35), el artículo siguiente a éste dice que es obligación del ciudadano: Votar en las elecciones populares. En el Diccionario de la Real Academia Española la palabra “prerrogativa” significa “privilegio”, lo cual es más que un derecho, es como el derecho a un premio y ahora sí que me parece más incongruente que antes.

Yo sigo partiendo de lo que nos dijo mi padre en aquel día de nuestra más importante lección de civismo “el voto es un insulto al ciudadano, porque no sirve de nada ir honrada y conscientemente a votar para que cualquier bárbaro poderoso y corrupto se burle de mí y de cualquiera de ustedes”. Es cierto, es como si a mí me obligaran a salir vestida de payaso a la calle para que todos se rieran de mí, es como si la ley de mi país me dijera: “Usted tiene la prerrogativa o privilegio de salir a la calle vestida de la más ridícula manera para que todos se rían de usted”.

¿Qué piensan ustedes de esto? Yo de plano no quiero tener el privilegio de ser la burla de quienes manejan el país con o sin votos.