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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

lunes, 12 de noviembre de 2012

¿Cuál es la mejor escuela?

 


La que quede más cerca de tu casa, decía mi papá (y lo peor es que tenía razón)


Cuando yo tenía 18 años mi mamá me consiguió mi primer trabajo aunque yo no se lo había pedido, pero ella no se andaba con consideraciones y sabía que empezar a trabajar a edad temprana era lo mejor. Yo estudiaba Letras en la UNAM y realmente no tenía ni tiempo para comer tratando de llegar a clases después del trabajo.
Sin embargo, el trabajo era como maestra de escuela de primaria en un lugar sacado del otro mundo, de un mundo para mí futuro, novedoso y maravilloso, una “escuela activa” que en esos tiempos era más que de vanguardia en la Ciudad de México: el Centro Educativo Albatros, ¿por qué no recordarlo con todas sus letras a más de 30 años de distancia? Era, para mí, el Mundo Feliz de Huxley.

Albatros era, como digo, otro mundo: en Albatros no hay tareas, en Albatros no se hacen filas porque no es escuela militar, en Albatros se toman en cuenta el esfuerzo y la capacidad de cada niño, no hay calificaciones estandarizadas, se educa para la vida, se toman acuerdos en asambleas, las calificaciones que se ponen en rojo son las de MUY BIEN, no se califica con números porque eso es absurdo, en Albatros hay atención psicológica y escuela para padres, en Albatros los niños faltan a la escuela cuando sus padres les dan permiso, en Albatros la lectura es la principal materia y en Albatros hasta el niño más pequeño tiene derecho de opinar. Y yo, víctima cautiva de las escuelas de monjas desde preescolar, pues estaba más que fascinada en el “mundo feliz”; allí aprendí lo que es para mí todavía la verdadera pedagogía, la lógica más lógica de la educación.

Han pasado muchos años y tuve que regresar al mundo de los colegios tradicionales desde que dejé aquel mundo. Vi a mis hijos preocupados, o luchando, o frustrados porque en su escuela los etiquetaron con un número y ese número venía en su boleta en rojo fosforescente para que el regaño les llegara antes de que sus padres pudieran percatarse del anhelado 10 en Matemáticas que por fin habían logrado; me encontré a mí misma muchas veces falsificando justificantes médicos para el día en que habíamos decidido ver a los abuelos en vez de ir a la escuela; los abuelos, claro está, ya no duraron muchos años, pero en nuestros corazones aún parpadean las faltas de asistencia y de puntualidad y de disciplina con las que tanta veces nos etiquetaron de irresponsables.

sábado, 3 de noviembre de 2012

La muerte me da risa



  
Hace muchos años, y cuando yo era niña, mis papás nos compraron en el mercado calaveritas de azúcar. Mis hermanas ya se las estaban comiendo antes de que las pagaran, mientras yo estaba atónita de ver en mi mano una calavera que en la frente tenía mi nombre: LUPITA. De verdad que no podía yo comerme eso, me dio horror y ni me acordé que era un dulce.

Con el paso de los años he ido escuchando de extranjeros cómo les llama la atención y les parece admirable la filosofía con que el mexicano ve a la muerte porque se ríe de ella: calaveras de azúcar, catrinas vestidas de modas inimaginables, las famosas calaveras de Posada y los niños entre Halloween y tradición mexicana, felices en estos días vestidos de calacas. En México la muerte es una festividad, me decía un american citizen, es que hasta llevan mariachis al panteón y celebran el día de muertos con máscaras y figuras chistosas y disfraces… es admirable!

Con el tiempo también descubrí y constaté que los seres humanos nos reímos de aquello que nos da miedo, así entonces podemos burlarnos de nosotros mismos, reírnos de nuestras desgracias, siempre y cuando esa risa no nos permita contactar con los sentimientos. Somos un pueblo evasivo, eso sí que es muy real, tan evasivos como para no ver nunca lo que de fondo pasa en el país, como para reírnos hasta de la muerte. Cuando la desgracia y cuando la muerte nos tocan de cerca entonces el duelo es inevitable, pero siempre puede pasar pronto si aprendemos a reírnos.