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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

viernes, 26 de abril de 2013

A jugar a los gritos!!!!



En la escuela primaria me gustaba mucho jugar a los gritos y el juego se trataba de que hacíamos una rueda de cinco o seis niñas y a la de tres gritábamos hasta que nos dolía la garganta, luego acabábamos riendo a carcajadas excepto cuando alguna monjita llegaba a reprendernos y a decirnos que íbamos a acabar locas.

En ese entonces yo no me imaginaba lo sanador que era nuestro juego que se parece a cuando los aficionados en el estadio gritan Gooooool!, o le gritan improperios al árbitro o a un jugador hasta que les duele la garganta también y también se sienten aliviados de ansiedad y cargas que traían.

Esto viene a cuento porque una señora que vive violencia conyugal me contaba de los terribles golpes que le daba el marido (de vez en cuando, decía). De esos golpes ni siquiera tenía que haberme contado porque eran terriblemente visibles en su rostro y brazos, de hecho había estado hospitalizada tres veces por las heridas que él le causaba. Obviamente, ella se culpaba como todas las mujeres maltratadas: porque yo lo provoco, porque yo le reclamo, porque yo no le tengo paciencia, porque no hice bien la comida, la limpieza… y demás. Su discurso también era el de las mujeres maltratadas que juran que lo aman, que es el amor de su vida y que él también la ama a ella y, sobre todo, que él va a cambiar.

sábado, 13 de abril de 2013

Que, ¿por qué me divorcié?



Fue después de las águilas. Fue por culpa de las águilas que aparecieron una tarde en que nadie las esperaba; aunque las águilas, realmente, sólo hicieron lo que saben hacer: desplegar al viento las alas y abandonarse con el cuerpo entero a la total libertad: Al Aire.

Estábamos en el campo, en un llano solitario: mi mejor amiga, mi hija y yo. Era Castilla de tarde y no tan tarde como para que la noche amenazara con aparecer, fue entonces cuando vi a la primera águila parada en la rama de un árbol. El árbol era tan cercano a mí que necesité respirar despacio para que ella no me percibiera.

Era el campo en España, era un llano hundido en forma de pequeño valle que debe haberse convertido en espejo porque cuando el águila subió hasta la altura y empezó a volar con aquella parsimonia, clarito se veía cómo se miraba en el espejo del valle.

Pensé primero que volaba en círculos, pero los círculos se hicieron espiral y luego líneas verticales y horizontales, y luego círculos otra vez. El águila se había abandonado al capricho del viento y, sin oponer ninguna resistencia, clavaba o levantaba el pico, ladeaba las alas, dejaba que sus plumas absorbieran cualquier ráfaga de aire.

viernes, 5 de abril de 2013

La oración del chamula


correlavozcomitan.com

Hace ya algunos años yo trabajaba como jefe de bibliotecas en una institución científica aquí en San Cristóbal: el CIES (actual ECOSUR). El velador y portero era un indígena chamula que, en su comunidad, era pastor de su iglesia evangélica; solía estar leyendo su Biblia en tzotzil. Era amigable y solidario con quienes lo eran con él.

Un día tuve yo un altercado con el director del Centro, quien era abusador al ejercer el poder como son, desgraciadamente, todos los que adquieren un cargo por pequeño, mediano o grande que sea. No quería darme mi base cuando ya era el momento en que yo, por derecho, la merecía; mi trabajo era bueno y la única razón era su capricho. Así entonces, en su oficina y durante la entrevista me mantuve contenidamente serena y después, ya en mi oficina, estuve llorando hasta que todos los trabajadores se habían ido y yo pude salir a buscar mi coche con los ojos hinchados.

Ese día me di cuenta de cuánto me apreciaba el portero chamula porque me preguntó ¿te peleaste con alguien en la biblioteca? No, le dije. Ah, entonces ¿te regañó el Director? Sí, le dije. No te preocupes doctorcita, yo le voy a pedir a Dios que se lo chingue. Sí, pensé, hazlo por favor.

Desde entonces guardé para siempre en mi alma la profunda sinceridad de “la oración del chamula”