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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

sábado, 21 de febrero de 2015

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

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Hoy les cuento que yo tengo una condición cerebral que se llama prosopagnosia y que consiste en que no reconozco rostros a menos que me sean muy familiares y esto me ha causado tristeza y angustia porque la gente no se lo cree y muchas veces me han dicho que soy grosera y que no quiero saludar. Valga esta confesión en público por primera vez en mi vida para que si a alguno de ustedes no lo he saludado, sepa hoy la razón. Con el paso del tiempo y las negras experiencias de quienes se enojan conmigo y hasta de quienes se burlan, encontré que si la persona me dice su nombre otro mecanismo en mi cerebro se activa de inmediato y entonces la reconozco perfectamente y recuerdo todo acerca de ella. A todos mis alumnos y pacientes les cuento esto para que me digan su nombre cuando me encuentren después en algún lugar; una estudiante de Psicología me debe haber visto consternada con la historia porque me dijo: "profe, pero el nombre de su condición cerebral es muy bonito".
¿Y por qué hoy esta historia? Por Oliver Sacks, el neurocientífico a quien más he amado sin haberlo conocido en persona. Oliver Sacks y mi hija mayor me enseñaron a reírme de la prosopagnosia; mi hija heredó esta condición mía (gracias a Dios también heredó mi pasión por lo libros), y como ella es joven siempre se ha reído de lo que le pasa, le pide a la gente su nombre y si la gente se pone pesada pues pasa de ellos y ya está. Oliver Sacks tituló a uno de sus libros más famosos con la irónica frase que describe a la prosopagnosia: "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" y nunca antes de leer a Oliver Sacks me había reído yo tanto de mí misma. Le estoy infinitamente agradecida.

sábado, 14 de febrero de 2015

OCHO ABRAZOS

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Hace ya unos años y cuando mis sobrinos Poncho y Chema vinieron de vacaciones a Sancris eran unos niños pequeños. Una vez instalados en casa Poncho me dijo: tía que dice mi mamá que yo necesito ocho abrazos diarios. Me sorprendió un poco, pero conozco su personalidad sensible y le dije que me parecía perfecto; una noche me dijo: no me puedo ir a acostar porque me faltan cuatro abrazos del día de hoy, los cuales le di con un gusto enorme, con todo el amor que le tengo. Poncho me dio una gran lección en esas vacaciones, porque con lo pequeño que era sabía qué clase de alimento emocional era necesario para vivir bien.
En el consultorio escucho con frecuencia este tipo de queja de parte de mujeres de todas las edades: "el 14 de febrero él ni siquiera se acordó y yo estuve todo el día esperando aunque sea una flor; yo le compré algo pero al final no se lo di porque no se vale que el Día del Amor le pase desapercibido". Entonces yo pregunto: ¿te da flores, abrazos, mimos, te quieros y todo eso cotidianamente?; no, él no es detallista. Entonces es lógico que si no acostumbra demostrar el amor (si es que te ama) pues ni el 14 de febrero ni el Día del Juicio Final va a hacerlo. ¿No te gustaría que te diera abrazos, que te cuidara, protegiera y amara todos los días aunque se le olvidara el 14 de febrero?; pues sí psicóloga, creo que sí. Y así son las historias, por eso es que yo amo las demostraciones de amor cotidianas de mi esposo, de mis hijos, de mis primos y mis hermanos, de mis amigos, aunque se les olviden las fechas que la mercadotecnia ha creado para comprar y consumir. 

sábado, 7 de febrero de 2015

CALÍGULA Y SALÍGULA

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El emperador romano Calígula quedó plasmado en la historia del mundo como malvado y loco porque sus ansias de poder y alabanza lo llevaron a excesos difícilmente comprensibles. La historia de Calígula siempre me ha producido horror, pero hoy que acabo de verla de nuevo me quedo reflexionando que no es nada lejano ni raro, ni romano, ni antiguo, porque se parece muchísimo a nuestra realidad nacional.
Nosotros tenemos un Calígula (llamémoslo Salígula) que sólo cambia de apariencia, pero que permanece haciendo el mal y regodeándose y gozando con el sufrimiento de todos los afectados, porque así igual era el Calígula romano que hacía cosas como:

"Calígula humilla a los senadores, goza burlándose de ellos" 
"Salígula pasa por encima de las leyes, del senado, de la Constitución y de lo que sea"