Hoy hay Paula |
Hace unas noches soñé que la casa de mi tía Margarita estaba habitada por mucha gente desconocida para mí (lo cual es imposible porque esa casa fue derribada hace muchos años y hoy es parte de la estación del Metro Chabacano). Había niños y adultos y tenían mucho desorden: ropa tirada por el suelo, varias camas en un cuarto, y un caos en general. Hablaban entre ellos y yo creo que yo era invisible o fantasma porque nadie volteaba ni a mirarme. Desperté desolada, como si me hubieran arrancado algo muy mío cuando esa casa era sólo parte de mi infancia.
Un día, nefasto día por cierto, a mi hermana se le ocurrió que pasáramos frente a la casa de Echegaray que se había vendido hacía dos o tres años y que mi padre construyó y en donde mi madre y él vivieron durante cuarenta años. Esa fue la verdadera casa de nuestra infancia, adolescencia, primera y segunda y tercera juventud y la casa de siempre, la de las grandes reuniones, la de las celebraciones familiares, la que conservó mi cama en mi cuarto durante muchos años, tantos que mis hijas hicieron de ella su cama también y su cuarto y su casa.
Rafa Pirez, mi cuñado, trabaja en las cuestiones nacionales de “vivienda” y dice que, cuando a la gente la entrevistan acerca de las viviendas que ha ocupado durante su vida, la gente a veces no puede hablar bien porque llora.
La casa de Echegaray: cuatro recámaras, siete baños, salón de fiestas, sala-comedor para las cuarenta o más personas que nos reuníamos allí en Navidad, en bodas, en bautizos y en todas las celebraciones familiares. Hospedaje para mi tía Monja, para mis primos de Mazatlán, para los enfermos de la familia. La casa de Echegaray construida por el arquitecto de moda de los años sesenta: moderna, amplia, iluminada, funcional y demás etcéteras; la bella casa de nuestra infancia estaba pintada del más feo amarillo canario de suelo a techo, tenía balcones donde antes no había, un portón diferente, ventanas reformadas y cortinas de colores feos; todo era feo, todo nos pareció horrible, yo no pude aguantar las lágrimas como las de las personas que entrevistaba Rafa y después tampoco podía evitar las culpas porque ese día llevábamos a mi mamá en el coche y ella ni lloró ni habló, pero con ese silencio lo dijo todo. Mala idea, curiosidad castigada, lección aprendida: a los lugares de infancia nunca debes volver.
En mi recámara ya no estaría mi cama porque ya no era mi recámara y la cocina enorme siempre oliendo a pan, a comida caliente, a café y a postres ya no tendría esa mesa alrededor de la cual eran las confidencias con mi mamá. Mi papá ya no está frente a la tele del estudio haciendo sus predicciones sobre el final de las telenovelas: viejo, jubilado, feliz y rodeado de nietos. Hoy los nietos de mi papá ya tienen hijos, la casa ya no es de él y está pintada de un horrible color amarillo: era blanca, con cornisas rojas, con puertas de madera, no de fierro gris. Mi pequeño hermano no anda en su bicicleta con la perra corriendo atrás de él, mi hermana Coco no anda en patines con sus amigos, en el salón de las fiestas ya no hay ensayos de la estudiantina en la que cantábamos. La perra se murió y dos de los músicos adolescentes de la estudiantina, también.
No cabe duda que dejar para siempre los lugares de la infancia y de la juventud es solamente nuestro entrenamiento para el día en que nos vayamos de este mundo sin nada, sin casas de la infancia, sin los juguetes preferidos, sin las fotos, sin la ropa que más me gustaba, sin mis libros y mis libretas, sin mi compu y, sobre todo, sin la gente a la que amo. Por eso hoy: retomo. Hoy en mi vida hay mucha gente a quien amo y me ama, hay nuevas casas y nuevas cosas, hay nuevos planes futuros y hoy, desde luego, hay Paula siempre cercana.
Ooorale! ! ! Muy bueno el mensaje
ResponderEliminarSaludos
Dr. Jorge L. Olalde
Como dice mi hermano... I want to cry.
ResponderEliminarMuchos besos, abuela Pupi.
Eso lo aprendí cuando después de muchos años regresamos a "La Campanita" en el pueblo de Hércules; cuando estaba enfrente de la puerta de un condominio horizontal an el que no había ningún vestigio de los recuerdos de mi infancia y supe que eso era lo que había sido uno de mis lugares favoritos en mi infancia y comprendí que ni esa aplastante realidad ni nadie podría arrancarme los recuerdos que tengo de esa casa, de mi tío Salvador, de mis miedos a los fantasmas, a los muertos que habitaban enfrente, del tren que pasaba aplastando los veintes de cobre que poníamos pegados con chicle en las vías, esos momentos grabados en la memoria espero sea lo único que nos llevemos de este mundo y que no se nos borre el chip.
ResponderEliminarEso lo aprendí cuando después de muchos años regresamos a "La Campanita" en el pueblo de Hércules; cuando estaba enfrente de la puerta de un condominio horizontal an el que no había ningún vestigio de los recuerdos de mi infancia y supe que eso era lo que había sido uno de mis lugares favoritos en mi infancia y comprendí que ni esa aplastante realidad ni nadie podría arrancarme los recuerdos que tengo de esa casa, de mi tío Salvador, de mis miedos a los fantasmas, a los muertos que habitaban enfrente, del tren que pasaba aplastando los veintes de cobre que poníamos pegados con chicle en las vías, esos momentos grabados en la memoria espero sea lo único que nos llevemos de este mundo y que no se nos borre el chip.
ResponderEliminarDurante mi vida he recorrido muchas casas, si de verdad muchas. Pero lo mas importante que he aprendido en este largo camino es que mi hogar, lo cargo conmigo y donde quiera que esté ahí se encuentra un hogar para mis seres queridos.
ResponderEliminarLos gratos recuerdos ayudan a seguir con el camino de la vida, pero hay que seguir adelante y solamente llevarlos como recuerdos, porque las realidades cambian.
Margarita OLALDE E.
EliminarPRimaaaa!!! FELIZ AÑO!! Precioso lo que escribes sigue haciéndolo UN BESO!
Mi Papa esta muy bien te manda saludos