Confieso ser el Grinch de la Navidad, si va a haber Navidad pues sería bueno que cayera nieve pero que todo el mundo tuviera resguardo con calefacción y que hubiera buenísima cena para todos, también que no fuera el día del pretexto para juntarse con quienes queremos y hacer fiesta porque fiesta puede haber cualquier día y eso de que nos perdonamos y nos amamos porque es Navidad pero mañana ya no, pues es algo horrible.
Pero vamos a lo de los pastores, porque los pastores de Belén son un importante elemento de la Navidad y los pastores eran gente muy pobre que vivía de criar animales y pasaba hambre y frío. Atrás de mi casa vive una familia como la de aquellos pastores, son el padre, la madre y doce hijos, la más pequeña tiene 4 años; son indígenas tzotziles y van a la escuela los más pequeños aunque dice uno de ellos que dos de sus hermanitos no aprenden nada porque no hablan español y ya la maestra les dijo a los otros que si no les enseñan a hablar bien pues que mejor ya no vayan; por cierto, Raquela hace tres semanas me dijo que no estaba yendo a la escuela, no quería decir por qué pero uno de sus hermanos dijo que porque ya no tenía zapatos.
Cuando yo era niña las cartas a Santaclós eran elegantes y sofisticadas, mis hermanas y yo pedíamos juguetes de moda, muñecas con todo y ropa extra, una televisión para nuestra recámara, y no todo nos llegaba pero sí eran verdaderos regalos como para hacernos felices. Desde entonces yo me di cuenta de que a los vecinos, que eran muy pobres, Santaclós les traías cosas horribles como calcetines o un lienzo de tela para que su mamá les hiciera ropa. A mis 7 años de edad confronté a mi abuela y ella no se andaba con miramientos: ¿Santaclós existe?, no hija, tus padres compran todo. Con razón abuela, a los niños pobres les dan cosas que ni piden y ni quieren.