Hoy les cuento que yo tengo una condición cerebral que se llama prosopagnosia y que consiste en que no reconozco rostros a menos que me sean muy familiares y esto me ha causado tristeza y angustia porque la gente no se lo cree y muchas veces me han dicho que soy grosera y que no quiero saludar. Valga esta confesión en público por primera vez en mi vida para que si a alguno de ustedes no lo he saludado, sepa hoy la razón. Con el paso del tiempo y las negras experiencias de quienes se enojan conmigo y hasta de quienes se burlan, encontré que si la persona me dice su nombre otro mecanismo en mi cerebro se activa de inmediato y entonces la reconozco perfectamente y recuerdo todo acerca de ella. A todos mis alumnos y pacientes les cuento esto para que me digan su nombre cuando me encuentren después en algún lugar; una estudiante de Psicología me debe haber visto consternada con la historia porque me dijo: "profe, pero el nombre de su condición cerebral es muy bonito".
¿Y por qué hoy esta historia? Por Oliver Sacks, el neurocientífico a quien más he amado sin haberlo conocido en persona. Oliver Sacks y mi hija mayor me enseñaron a reírme de la prosopagnosia; mi hija heredó esta condición mía (gracias a Dios también heredó mi pasión por lo libros), y como ella es joven siempre se ha reído de lo que le pasa, le pide a la gente su nombre y si la gente se pone pesada pues pasa de ellos y ya está. Oliver Sacks tituló a uno de sus libros más famosos con la irónica frase que describe a la prosopagnosia: "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" y nunca antes de leer a Oliver Sacks me había reído yo tanto de mí misma. Le estoy infinitamente agradecida.