Tz´onot es palabra maya con dos significados:abismo y pozo de agua
Fijaos que subimos a Jerusalén y el Hijo del
Hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley.
Lo condenarán a muerte.
La princesa se sabe la más bella y la más bella tiene el
privilegio de morir por los dioses. Itzamná, dios de la lluvia y de toda el
agua, la llama por las bocas de los
sacerdotes; Itzamná-Dios-Cruel no mandará la lluvia mientras ella no llegue a
su presencia, al plano celeste. Allá en el centro del cielo el dios está con una
diosa: rodeados por los días, contenidos en el tiempo. Itzam Cab es la diosa que es mujer, es la
tierra que se casa con el cielo para que el cielo la penetre y fecunde. La
princesa la invoca: madre tierra, origen de la vida y de la muerte ¿me recibirás en tus entrañas?, ¿seré
capaz de dar más vida humana desde tu vientre mismo?
El más
preciado bien para los dioses es la sangre humana. La sangre sabe dulce y
agria, le sabe a la princesa en los labios y aún no la ha sentido saliendo de
su cuerpo. Se imagina subiendo despacio la enorme escalinata hasta el altar y
mira a la pirámide más pequeña que nunca porque quisiera ver una escalera de
peldaños sin fin, no una que ten presto termina en altar de sacrificios. En
medio del mareo con miedo, los ruidos de músicos con selva, voces y trinos se
le instalan a medio pecho... la llenan, la envuelven, la horrorizan porque son
los últimos que escucha. Los preparativos para la gran ceremonia han empezado:
ayunos y abstinencias, velaciones y oraciones porque su cuerpo lleno de energía
sagrada sería contacto peligroso para los no preparados en el sacrificio. Los
dioses son ataviados con enorme riqueza, hay bailes y bebidas. La princesa bebe
embriagantes pócimas rituales desde hace varios días, bebidas amigas del olvido
y del sueño.
Los jefes y los sacerdotes se reunieron en el
palacio del pontífice que se llamaba Caifás y deliberaron prender a Jesús con
engaño y darle muerte.
Querer decir y no
poder hablar. Querer quedarse en el palacio y en el pueblo, querer ser hija de
su madre, amiga de sus amigas, enamorada del guerrero un día más. El Concejo de
Ancianos así lo ha dedicido: si los dioses se enojan hay que agradarlos con una
virgen bella. Ya no quieren sequía, ni hambre, ni epidemias: necesitan el agua
de la lluvia, el agua sagrada de los dioses. No hay oración que valga, sólo en
la muerte hay sacralidad, todos lo saben: la princesa, la más bella princesa
debe ser emisaria de su pueblo. Le sabe a sangre la noticia, le sabe a las
lágrimas contenidas de su padre, le sabe a traición a espanto a rabia a burla a
pánico.
Getsemaní. Sentaos
aquí mientras voy allí y hago oración.
La
música de flautas y tambores es oración que sube a los oídos de los dioses. La
princesa la sigue con los ojos cerrados mientras cae la noche de la víspera y
la música orante y los cantos sagrados la vuelven a la vida para que abra los
ojos y vea el pueblo con antorchas y el cálido palacio de su infancia y no
quiera morir, ni quiera irse a ningún otro lado. Madre Itzam Cab, tan muda, tan
callada, ¿me ves desde tu trono?, ¿estás contenta con mi muerte? Madre Itzam
Cab no logro consolarme. Bebo la pócima con lágrimas cada vez que despierto en
mi palacio.
Me muero de tristeza. Entonces, los soldados del
gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron, alrededor de él, toda la
guardia.
El llanto, el llanto. El espíritu está
dispuesto pero la carne es débil. Las puertas del palacio se han cerrado hasta
el día de mañana; las guardan los guerreros y ya no entra nadie ni puede salir
la angustia al patio. La princesa se queja, gimotea, y sus lamentos van
saliendo muy despacio por rendijas pequeñas, por hendiduras de las piedras. Se
cierra la desgracia, se apagan las antorchas en las calles cuando la madrugada
asoma y se instala el silencio.
Herido
de amor con muerte un guerrero solloza en uno de los patios.
Lo acompañaba una gran muchedumbre del pueblo y de
mujeres que se lamentaban y lloraban sobre El. Le dieron a beber vino mezclado
con hiel y, gustándolo, no quiso beberlo.
El
sacerdote dice que la bebida es necesaria, es el canal para empezar a irse al
mundo de los dioses. Ella bebe en medio del silencio, la multitud se calla
cuando la princesa tiene la pócima en sus labios; bebe su miedo y su desgracia.
Quiere escapar ya de una vez, quiere volar aunque su cuerpo entero se resista a
dejar el sol, la selva, el palacio iluminado con la primera luz de la mañana.
Más pócimas para beber, más mareo, más terror.
Hace
sólo unas horas fue ataviada: ajorcas y collares de oro, cuentas de colores en
las trenzas, el huipil más hermoso que tejieron las mujeres del pueblo; la tela
sobre hombros y pechos le había sabido a fiesta; los tintineos de sus joyas le
habían traído a la memoria noches gloriosas de baile y alegría. Ahora sube
despacio, a rastras, con cuerpos que no son suyos sino de sacerdotes que le
prestan piernas y equilibrio. Desde el altar ella no puede ver el primer
peldaño, sino el abismo; la envuelve un vértigo de nubes. Al fondo del abismo
brilla, matutina luciérnaga, el cenote sagrado.
Desde la hora sexta hubo tinieblas sobre
toda la tierra hasta la hora nona.
La
princesa es sujetada de brazos y de piernas, sujetada a la piedra fría del
sacrificio, sostenida por amorosas manos asesinas que arrancarán su corazón
para que el dios de piedra lo consuma en su boca mientras palpita todavía. El
cuchillo, mano de dios, se adorará después y el sacerdote, mano de hombre en
mano de dios, habrá cumplido su misión. El vértigo de nubes se hace torbellino
helado; la princesa se mira desde lejos, sin pena y sin dolor, bella y
sangrante, sacralizada eternamente.
Eloí. Eloí ¿lama sabactani?
El
cuerpo herido. La entrada al inframundo es un descenso triste y largo que va
dejando atrás las melodías y el calor del palacio de su infancia. La princesa cae al
vacío camino hacia el cenote y su espíritu se eleva al aire de la mañana con
cada golpe de caída. Allá en el mundo de
los dioses ya no le duele este miedo con ruidos de selva, ni el hueco en el
pecho con corazón arancado. Su corazón, todavía palpitante, reposa ya en
la boca del ídolo; su cuerpo en el agua
sagrada de la vida. Su sangre real queda estampada en la piedra de los
sacrificios hasta que la lluvia prometida la lave, y su real cuerpo queda
mirando al cielo desde el fondo sagrado del cenote.
En ese mismo instante la cortina del
santuario se rasgó en dos partes, la tierra tembló, las rocas se partieron, los
sepulcros se abrieron y resucitaron varias personas santas que habían llegado
al descanso.
El guerrero no deja de llorar, ni la madre, ni el padre,
ni las doncellas amigas de la princesa. No hay pócima que conjure tanta pena.
Los dioses han tocado la tierra y el cuerpo inerme ya es sagrado, la princesa
empieza a gestarse en un vientre divino, la diosa sonríe complacida, los dioses
toman su alimento.
Cae la tarde y una cortina espesa de nubes negras se
parte en dos para que se derrame el agua de la lluvia. Llueve agua sagrada
durante muchos días, las piedras se parten de tanta agua y los sepulcros se
abren para chupar el líquido de vida.
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