Cuando yo era niña una de mis tías, en un arranque de sabiduría me dijo: el perfume es para el día de hoy, lo cual quería decir que la ropa bonita, los aretes, el maquillaje y el perfume eran exactamente para cada día y no para un día de fiesta o para algún día especial porque, me dijo, mañana no sabemos qué pasará. Nunca me dijo: podríamos estar muertos, pero lo comprendí perfectamente.
Cuando años más tarde me enteré de la trágica historia de Pompeya quedé tan profundamente comovida que hice muy mía la lección del perfume: mañana podemos estar muertos. ¿Y a quién se le va a ocurrir si está en el mejor momento de su vida, si tiene riquezas, diversiones, amores y tantas cosas como tenían las damas de Pompeya?
Pompeya era una ciudad romana en el sur de Italia, gente rica que hizo de ese lugar una privilegiada villa a la orilla del mar, que construyó magníficas mansiones, que las decoró con obras de arte. Mujeres que lucían joyas espectaculares, que comían en vajillas de plata, que vestían finísimos vestidos; junto a todos ellos por supuesto había esclavos, había gladiadores que tenían que jugarse la vida en el circo cada vez que era día de diversión de los ricos, había esclavas que cuidaban y vestían a las señoras, y había ruido, actividad y mucha vida.