Cuando yo estudiaba mi Maestría en la Universidad de Guanajuato tuvimos que hacer una tarea que acabó dejándome desconcertada, triste y con un gran sentimiento de impotencia. Se trataba de hacer un estudio de “tiempos y movimientos” en la biblioteca de la Universidad y analizar todos los procedimientos y pasos de un libro desde que llegaba como nueva adquisición hasta que quedaba en un estante disponible para los usuarios. Y empezamos, y el seguimiento de los libros en su registro, catalogación, clasificación y preparación para préstamo duró dos o tres meses, o sea: una eternidad, tomando en cuenta que los estudiantes estaban necesitándolos. El problema de tanta tardanza era que los pasos se repetían y, por ejemplo, la llegada del libro se registraba en cuatro diferentes archivos, en uno por número, en otro por título… y así, y así también con todos los pasos siguientes.
Cuando concluimos el estudio y el tiempo se redujo a una semana y los procedimientos de cincuenta a ocho nos dimos cuenta de que sobraban empleados y que en vez de veinte personas sólo se necesitaban cinco con nuestro nuevo plan. Fuimos unos alumnos muy eficaces, ni duda cabe, pero también fuimos, como mexicanos, conscientes de las personas y de sus empleos y de sus salarios y de que los sindicatos de trabajadores en las instituciones del Gobierno protegen este tipo de cosas y nos planteamos seriamente, ¿qué sería lo más importante: que el libro llegue al usuario en una semana o que coman veinte familias en vez de cinco?
Recuerdo esto hoy porque he tenido que estar últimamente haciendo trámites en oficinas de gobierno y pensando seriamente, por el bien de mis compatriotas, en escribir un Manual de Tramitología que les aligere estos tragos amargos a las personas. Parados todos por horas, detrás de ventanillas desde donde vemos cómo duplican y triplican el mismo papel, cómo llevan cinco y luego otros cinco a firma y luego a otra firma y horas pasan porque los que firman están desayunando y luego viene el desayuno de los que llevan los papeles y así hasta el fin del mundo. Pienso entonces que son verdaderos burrócratas y me acuerdo de que ni son burros ellos ni sus sindicatos porque protegen los empleos verdaderamente, como en aquella biblioteca donde hice mis prácticas de estudiante. (Por cierto, ya escribí algunas notas para el Manual como: lleva música, una libreta, una botella de agua, una chamarra gruesa que puedas doblar para que te sirva de cojín para sentarte, kleenex por si quieres llorar en algún momento y quizás también un rosario o tu librito de misa para que Dios te ayude)
Así, no es casualidad que en las empresas privadas no haya burros atrás de mostradores porque ya no hay ni mostradores, las oficinas empiezan a desaparecer y las personas trabajan desde casa online y los talleres de capacitación son de e-learning y los empleados los toman desde su casa también y también online. Bajan costos, sube la productividad, suben las ganancias y aumenta el desempleo. Así es. Es la realidad que en aquel año de mis estudios en Guanajuato me dejó desconcertada, triste y con un gran sentimiento de impotencia.
UPSSS, DIFICIL Y MUY CONTADICTORIO, PERO SIENDO HUMANITARIA ME VOY POR LA OPCION DE QUE COMAN MAS FAMILIAS. SI QUE NOS DEJA QUE PENSAR EH. SALUDOS, BESOS Y ABRAZOS!!!!! IRMITA.
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