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¿Los castigos? Estar sufriendo terriblemente sin la esperanza de morir, ir desnudo y pasar frío, calor, dolores, estar todo el tiempo bajo la lluvia, chocar con gente todo el tiempo sin saber quiénes son, estar en una tumba en llamas sin acabar de quemarse nunca, convertirse en un árbol que llora y que sangra, tener el rostro volteado hacia la espalda sin poder caminar nunca de frente, ser golpeados, mordidos por serpientes, descarnados, quemados, apaleados y… en fin, de allí en adelante. Eso sí, Dante va mencionando con nombre, santo y seña a todos los personajes que se encuentran en cada una de las estancias del infierno y son aquellos a quien él ha juzgado.
Confieso que me gustó el jueguito literario: mando al infierno y a los peores tormentos a todos aquellos que me han hecho daño a mí personalmente, a mí como parte de una nación y a mí como parte de la humanidad. De verdad que el infierno de Dante me quedaría pequeño porque empecé mentalmente a hacer una lista de todos aquellos y se llamaba “la lista infinita”. Sin embargo, no cabe duda que a los escritores todo se les permite porque ¿quién era Dante para andar juzgando a quien fuera? Se supone que era muy cristiano y por eso se permite juzgar a todo el clero, por ejemplo, pero aunque según la doctrina cristiana el único Juez es Dios, pues Dante era escritor. Me gusta, confirmo hoy, eso de ser escritor.
Todo esto me hace recordar a uno de los más terribles infiernos que yo conozco en este mundo y es el de “el corredor de la muerte”, o sea, donde están por meses y hasta por años aquellos condenados a la pena de muerte y esa espera es su verdadera pena y su más cruel condena. Cuando yo viví en San Francisco, vivía cerca del penal de San Quintín, que es donde ejecutan a “los malos y culpables” y, obviamente, hay muchos mexicanos como el que me tocó vivir de cerca: condenado por matar a un policía de la border patrol, de esos que los apalean, escupen, humillan y todo eso cuando los encuentran en su lado del Río Bravo. La noche de la ejecución yo no dormí y viví una grandísima impotencia, mucha gente fuera del penal estuvo de pie con velas pidiendo indulto y justicia, pero no sucedió. El compatriota pidió como última voluntad comer tortitas de camarón y tortillas, una señora mexicana las llevó de inmediato pero no se las dieron porque en “el corredor de la muerte” y como para empezar con la muerte desde la cena, pues sólo había pizzas o hamburguesas o comida normal.
A esos guardias que negaron las tortitas de camarón los quise poner en primer lugar el día que regresé a leer el Infierno de Dante.
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