Anoche vi en las noticias cómo, hace dos días, los
valientes soldados gringos de la border patrol mataron a tiros a un mexicano
que estaba del otro lado del río. Los polis iban en lancha equipada de primer
mundo y con armas también de las del primer mundo que por cierto son las que se
venden al tercer mundo o sea, primeramente, a nosotros. Dicen que los
agredieron con piedras (mentira) y aunque hubiera sido cierto de piedra
a pistola hay una gran diferencia.
El mexicano difunto hoy tenía 30 años y era papá de una niña
de 10 años que celebraba su fiesta de cumpleaños; me preguntaba yo qué demonios
estaría haciendo a la orilla del Río Bravo exponiéndose precisamente al ataque
de los gorilas gringos que quién lo va a negar, andan hasta el gorro de
drogados y tomados igual que nuestros polis. Bien, resulta que el parque donde
se celebraba el cumpleaños de la niña está allí: a orillas del Río y, digo yo,
¿tan fregados estamos que para hacer una fiesta haya que exponernos a la
muerte?
Mi mamá vivió su niñez en la frontera, en Piedras Negras,
Coahuila y estudió en “el otro lado”, en Eagle Pass. Tenía un pase de
estudiante con el que circulaba libremente de ida y vuelta y todas las veces
que quisiera por el puente en su
bicicleta. Cuando ya era viejita y nosotros le contábamos lo que hacía la
border patrol no nos creía, decía que eran mentiras de los noticieros porque el
puente siempre era para todo mundo. Qué bueno que se quedó ancladísima a su
pasado, pienso ahora, porque en ese entonces me desesperaba yo queriendo
ubicarla en la realidad.
Lo más triste de todo esto, y véase la foto de los compadres
gringos, es que son más mexicanos que las tortillas que comían de chiquitos,
que crecieron con frijoles y tamales, que tomaban atole en jarrito por las
mañanas y que por muchos años se quebraron la espalda trabajando en las milpas
hasta que decidieron irse al sueño americano; o bien, son hijos de esos
mexicanos, pero como nacieron allá ya no saben pronunciar Popocatépetl ni
entienden qué son las quesadillas de huitlacoche y el mole de olla. Uno de mis
libros favoritos es La frontera de cristal, de Carlos Fuentes porque es una obra
maestra de literatura y de psicología, es la historia de los que tienen un pie
acá entre la tierra de las milpas y otro allá frente a las caras de sus hijos
gringos que les dicen daddy y que se niegan a hablar español.
¿No se reconocerán los policías dizque americanos? Me
pregunto. ¿No verán en los ojos de los migrantes a quienes torturan los mismos
ojos de sus tíos y primos y abuelos? O, ¿para qué ir tan lejos? ¿no verán los
mismos ojos, rasgos, piel y hasta los gestos de ellos mismos cuando se ven en
un espejo que cuando tienen de frente al paisano al que matan? Digo yo, y como
decía mi abuelita: Sólo viéndolo se puede creer, hijita.
Hola prima!! Tienes toda la razón esos policías de la Border Patrol sus padres son mojados" que pasaron por lo mismo con peligro de perder la vida! Pero esos " mojados" al llegar a USA se olvidan de enseñar a sus hijos de donde vienen del orgullo de ser Mexicano se avergüenzan de sus raíces y no quieren que sus hijos hablen español. Mi hijo vivió hasta sus siete años en California y desde que empezó a hablar hablo los dos idiomas! Eso era muy importante para mi! Al principio se sentía mal que sus amigos nos oyeran hablar español. Pero yo le enseñe lo increíble que era hablar dos idiomas que era un plus que sus amigos gringos" jamas tendrían! Que se sintiera orgulloso de pertenecer a dos culturas la americana y la mexicana y le daba nombres de latinos exitosos en USA. Y poco a poco entendió que privilegiado era de ser BICULTURAL por que en estos tiempos cualquiera puede hablar ingles, pero ser bicultural muy pocos! Les da vergüenza!! Un ABRAZOTE prima!! MONINA
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