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Es con estas palabritas que empiezan los episodios de la serie de TV sobre el Pablo Escobar. Y nuestra historia es la de Latinoamérica: mismo corazón, misma sangre en las venas. No podemos negarlo.
Me engancho con compulsión a la serie de TV porque de pronto me doy cuenta que aquello que era Colombia de los 80´s es nuestro mismísimo pueblo mexicano de hoy donde los curas bendicen las pistolas y los sicarios se encomiendan al Santo Niño de Atocha o a la Virgen de Guadalupe… da igual, el asunto es que son tan católicos como nosotros. Veo en la pantalla todas las noches a los cientos de muertos del Cártel de Medellín y entiendo que esa es la serie de televisión, pero que aquí es la pura realidad.
Como mujer no puedo dejar de poner mi atención en las mujeres de los narcos.
Me intrigan, arrebatan, sorprenden, desesperan: Primero se casan con un pillo y por estar enamoradas y emcampanadas puede ser que no se den cuenta de que es un pillo; pero el tiempo pasa y empiezan a ser ricas, muy ricas, los regalos ya no son joyitas sino casas, coches, fincas y helicópteros. Se dicen a sí mismas que sus maridos son unos exitosos empresarios, ¿de qué?, pues de unas empresas muy grandes y muy importantes.
Después vienen las decenas de guaruras a custodiarlas a todas a ellas y a sus hijos y el marido a los viajes secretos que ni a ellas les dice a dónde y enseguida las mudanzas precipitadas, el empacar todos sus haberes en quince minutos y a una nueva casa y a otra ciudad y a no decirles ni a sus madres dónde están. Y luego empiezan a escuchar en las noticias los nombres de sus maridos y los muertos de los que son responsables y los coches bomba y los políticos secuestrados y todos los horrores que en la tele son una serie y aquí en nuestro país, como bien sabemos, es nuestra cotidianeidad.
Las mujeres de los narcos y de los sicarios acaban sabiéndolo todo y fingiendo no saberlo, acaban queriendo consolarse con las enormes cantidades de dinero que tienen, con los lujos, con el estatus de Señoras del Patrón. Yo no sé si son felices, si quisieran cambiarse por la más humilde mujer del país; no lo sé, pero creo que es muy posible. Lo que sí sé es que están más atrapadas que nosotros, están en una red de acero de la que bien saben sólo podrían salir muertas.
De verdad yo quisiera que todo esto sólo fuera una serie de TV sobre los cárteles mexicanos.
Pero no lo es.
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