DIEZ DE MAYO

Una mujer morena

resuelta en luna

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna

Miguel Hernández





Cuando mis hijas eran unas niñas pequeñas Julieta leía todo el tiempo que podía y dibujaba, amaba sus lápices de colores, sus tijeras y el pegamento, Sofía sentaba todas las tardes a sus muñecos y peluches en un “salón de clases” y les enseñaba de todas las materias, les hacía cuadernitos para que hicieran sus tareas (que ella hacía en todos y cada uno de los cuadernitos) y premiaba o reprobaba a uno y a otro.

En aquel tiempo, cuando yo imaginaba su vida futura, las veía maestras, profesionistas exitosas, amantes de los libros, metidas en escuelas y universidades. Y acerté, así es el día de hoy; sin embargo, nunca las pensé como las maravillosas madres que son: derramadas hilo a hilo sobre la cuna y por eso cada día que las he visto como mamás he vivido el más dulce de los asombros.

Mis pequeñas niñas ahora ocupadas en crear aquellos hábitos que les molestaban: lo de la alimentación sana, la higiene, los modales, pedir permiso, pedir perdón, agradecer. Mis niñas enseñando a abrazar, a besar y a amar.

La una inventa sueños que con las manos fija en la cabeza de su hija para que ella duerma feliz.

La otra es especialista en juego didácticos y en libros para niños. Rodea de ellos a sus niños.

La una escribe cuentos para niños.

La otra escribe ciencia para niños.

Las dos sufren en carne propia los catarros de sus hijos, los golpes y las caídas, los problemas escolares y también, los pensamientos sobre el incierto futuro de sus niños.

Las dos saben hoy que no habían sentido nunca un amor tan grande por nadie como por esos pequeños, que son sus hijos. Las dos han llegado hasta la cúspide del amor cocinando lo mejor, comprando zapatitos, organizando fiestas de cumpleaños, colaborando en las escuelas, desvelándose en días malos y gozando, sobre todo eso, cada uno de los días en que los ven crecer, reír y jugar como jugaban ellas.


Gracias hijas.