Desde que yo era pequeña escuchaba a mi padre contar sobre las novatadas de la universidad, se llamaban "las perradas" porque las víctimas eran "los perros de primer año". A mí esos relatos me aterraban, de verdad pensaba que mejor no sería escritora si tenía que pasar por la universidad o que pediría un permiso por enfermedad para entrar un mes después de que hubieran empezado las clases. Y, cuando ya estaba yo en la Prepa empecé a oir los relatos de mis primos: espantosos también. A los perros de primer año les gastaban bromas que rara vez eran divertidas para los novatos porque se convertían en verdaderas torturas; lo de menos es que los hicieran caminar atados y con los ojos vendados para que se mojaran en charcos, para aventarles huevos podridos, para cortarles el pelo, que los hicieran desfilar desnudos, que los humillaran física y verbalmente. Al lo largo de la historia y en muchos países estas novatadas son la costumbre inamovible aunque muchas campañas ha habido para que las novatadas se conviertan en bienvenidas y se celebren fiestas en vez de campos de concentración. Pero la cadena es difícil de romper, si a mí me lo hicieron, nomás espero a que lleguen los de primero y sobre de ellos. La dulzura de la venganza en vez de la dulzura del perdón, si no ¿cómo sacamos la agresividad?
Todos sabemos que en esas perradas ha habido muertos porque se les pasó la mano a los que hicieron la broma y lo asfixiaron, lo drogaron o lo accidentaron.