¿A quién sino a nuestro brillante expresidente (el de las botitas, por supuesto) se le podía haber ocurrido poner de moda el “lenguaje de género” para sentirse muy democrático, igualitario y quién sabe qué más?; y así cualquier comunicado o discurso que le pertenecieran venían plagados de mexicanos y mexicanas, campesinos y campesinas, ciudadanos y ciudadanas y logró, de verdad que lo logró, convertir el lenguaje cotidiano (cuya principal finalidad es que nos comuniquemos) en una horrorosa complicación. Porque, si nuestro presidente así habla, pues eso debe ser lo correcto.
Que el lenguaje es sexista ya lo sabemos y que en aras del feminismo muchos y muchas quieren figurar hasta modificando las leyes más elementales de la lingüística, lo sabemos también. En uno de mis cursos de Comunicación me encontré con un grupo de veintiocho mujeres y un hombre, por lo que el primer día dudé acerca de cómo dirigirme a ellos, ¿a ellas? Ensayé mentalmente: alumnas y alumno, todas y todos (¿todos o todo?) vamos a iniciar esta sesión… finalmente la costumbre me ganó: Les doy a todos la más cordial bienvenida. Acto seguido, una mujer levantó la mano y dijo: maestra, cuando la mayoría de los participantes (no dijo las participantes, me consta) son mujeres, hay que dirigirse en femenino al auditorio. El alumno esbozó una sonrisa muy forzada y asintió. Yo no asentí, pero cambié ese día mi programa inicial para hablar de las leyes universales de la lingüística, de las cuales, una de las más importantes es “la ley del mínimo esfuerzo” y debido a esa ley ya no decimos ansina sino así, ahora ándale sino órale, obscuro sino oscuro y no digamos ya de las palabras latinas que antes eran parte de nuestro lenguaje y ahora son sólo historia: ya no decimos apícula sino abeja, ni tampoco aurum sino oro. Por ese mínimo esfuerzo, que es inherente a los hablantes, no andamos pensando en las reglas de género antes de hablar, como yo bien traté de ensayar antes de dirigirme al grupo.
Tiempo después, revisando una tesis doctoral, escrita por mujer, me encontré largas líneas de lo mismo: artesanos y artesanas, agricultores y agricultoras, vendedores y vendedoras. El tema era la producción de ollas de barro en Amatenango, Chiapas y le pregunté a la estudiante si no debíamos decir también las ollas y los ollos porque, claro, no son lo mismo la cazuela que el comal y ¿qué pensará el comal si le dicen la olla? Sonrió. Culpó a sus asesoras, mujeres todas, de tan tremendo embrollo; pero su enorme tesis de 300 páginas (que podían haber sido 100) así tuvo que quedar para no herir susceptibilidades femeninas.
En fin, queridos lectores (en donde están, claro, las lectoras también) yo no me quiero complicar más la vida que ya bastante complicada es. Así aprendí a hablar y a escribir y me resulta natural. De verdad se los digo, cuando soy escritor, ciudadano, maestro o comunicólogo, no soy menos mujer.
En ocasiones el sexismo sale de los limites de lo simple.... escritor, psicologo, no dejo de ser mujer.
ResponderEliminarPues si y no, porque igual que decir biologo, puedo decir biologa y no es mas desgastante en el uso del lenguaje, prefiero llamarte amiga y no amigo, y prefiero me llamen maestra que maestro. Yo creo que ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Susana
ResponderEliminarInteresante la reflexión, y aunque esto continúa en la necesidad de incluir el género en nuestro lenguaje! la equidad, igualdad, la inclusión, etc etc, no se quedan únicamente en el arreglo de las palabras, si fuera así de sencillo, entonces la violencia hacia las mujeres y niñas, habría disminuido, la diferencia entres mujeres analfabetas y hombres sería menor y igual, y tantas otras cosas que hacen de las mujeres y hombres diferentes en cuanto a derechos humanos me refiero, porque aquí todos somos ciudadanos.
ResponderEliminarLo más difícil continúa siendo que sucede en los roles destinados a hombres y mujeres, los privilegios unos para otros. Lupita me gustó tu escrito "las ollas y las ollos"...para reflexionar. Paty desde Santiago de Chile
Querida Guadalupe amiga...cuando comencé a leerte me dió un poco de risita. Ese grupo del que platicas, me resultó un espacio conocido..pero tal vez sea otro parecido, acá abundan.
ResponderEliminarYo no me siento excluída cuando dicen todos...o cuando pongo mi formación como diseñadora gráfico industrial...si lo pusiera en femenino cambiaría de profesión a diseñadora de gráficas y pus no...
Yo tengo varias amigas feministas y a veces en las charlas cuando son tan incluyentes en su lenguaje, empiezo a dispersarme, a buscar hasta dónde le faltó incluirnos...yo creo que la inclusión va mucho más profunda, nosotras recuperarnos y valorarnos.
Tu blog lo leo en voz alta y nos sirve de reflexión a mi mareado y a mi..y decimos, así como hay mujeres y niñas maltratadas...también hay niños y hombres...la cuestión es que somos una especie a veces cruel....
y me surge una duda, si se habla de género de todos y todas...cuando hablamos de otras especies tambien necesitaríamos modificarlo???
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ResponderEliminarVa un comentario de gramática (y conste que para que se entendiera más fácil debería decir de gramático, pues quiero hacer un comentario no acerca de la gramática sino de parte de alguien que estudia el asunto) Algo que se nos olvida es que los griegos y los latinos tenían neutro. Así había masculino, femenino y neutro. Por supuesto el neutro plural servía para hablar de un conjunto de individuos femeninos y masculinos y... ¡listo! Con el proceso de romanceamiento, como muy bien señalas, priva la ley del mínimo esfuerzo y en vez de las complicadas declinaciones nos quedamos con los artículos (masculino, femenino y ¡neutro!) Pero otra vez por la famosa ley dejamos de usar el neutro. Así que no es un asunto de sexismo sino de ¡flojera e ignorancia!
ResponderEliminarBuena reflexiòn pero una palabra no va alterar lo que realmente somos, pero tendriamos que cambiar modos de pensar...pero por algo se empieza...tienes mucha razòn.Ana
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