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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

sábado, 30 de octubre de 2010

TIEMPO DE ALTARES

Ya es tiempo de poner (o de haber puesto) el altar de muertos. Lo he pensado mucho este año. Mis hijas y mis nietos ya hicieron el altar para su Memi (mi mamá) y estaban felices poniéndole sus gustitos de comida: pizza, pastel de chocolate y, desde luego, su CocaCola.

El año pasado yo puse, como todos los años y desde hace muchos, el altar para mi papá, mi abuelo, mis tíos, mis abuelitas… en fin. La tradición mexicana de papeles de colores y flores y calaveras de azúcar me encanta, además en el altar he puesto pan de muerto, chocolates, el tequila de mi papá, el puro de mi abuelo, las tortillas de harina de mis abuelitas. Toda una fiesta, de verdad, esa fiesta que dicen que hacemos los mexicanos ante la muerte y que en otros países no comprenden.

Este año es muy distinto porque he tenido en mente, todos y cada uno de los meses, a los muertos del país en 2010 que, según las cifras de quienes los cuentan, ya son más de veinte mil: jóvenes, viejos, niños, políticos, policías, federales, narcos, peatones, automovilistas, cualquier persona en un restaurante o en un bar, culpables e inocentes. Estamos en la narcoguerra, que así se llama lo que simple y sencillamente es: una guerra.

A mi ciudad, que vive del turismo, ya no vienen los extranjeros y aquellos autobuses de otros tiempos llenos de alemanes, franceses, italianos y demás, ya no se volvieron a ver porque en Europa se sabe que en México hay narcoguerra. Hay hoteles que cierran, que despiden personal, mueren los pequeños cafés, los comercios de artesanías, mueren también cada día los más pobres de esta ciudad y de cualquier otra. La gran muerte del país en este año que ya acaba ha sido de balas y de hambre.

Si yo pusiera un altar quisiera incluir a todos los inocentes que han muerto en nuestro país, quisiera rendir un homenaje al niño de 14 años que nunca olvidaré, muerto por la policía gringa en territorio mexicano: Crimen Impune. Quisiera hacerle un altar al hombre mexicano que también la policía gringa torturó hasta matarlo: Crimen Impune. Quisiera un enorme altar para los bebés muertos en la guardería y para el corazón de sus padres que quedó vivo a medias: Crimen Impune.

Este año decidí no poner ningún altar porque no quiero recordar a todos esos muertos, mi duelo se ha prolongado hasta el día de hoy y no estoy para papeles de colores y flores, aún duele mucho y, como la impunidad aquí es eterna, este dolor por mi Patria que se muere, pues será largo. También, confieso, no pude poner en calidad de muerta a mi madre en un altar. Aún no.

Lo que sí hago este año es orar porque, como creyente, estoy convencida de que eso es lo único y lo más efectivo que puedo hacer por los que agonizan y por los que ya no están.
De otro año: el altar de mi papá y de su papá con botella de tequila.
Foto: mía (obvio)

sábado, 23 de octubre de 2010

ALLENDE EL MAR

Confieso haberme enamorado de España en libros, mapas y fotografías, en la historia de Mio Cid, en las cabalgatas de Don Quijote, en la poesía de los Místicos y en el teatro del Siglo de Oro. Desde siempre reconocí que mi sangre mexicana era de la Nueva España. La primera vez de España en mi alma mexicana todo me supo a reencuentro; pasear por las calles de Madrid resucitó en mí los orígenes y alimentó la pasión recóndita que me ha llamado siempre hacia esa tierra. Los palacios, iglesias y conventos me dijeron más de mí misma que de un país ajeno. Encontré a los españoles cálidos y amigables: hermanos.

Después de Madrid: Andalucía. Conocer la cultura árabe, origen de mi más lejano origen también fue gozo inmenso. Los palacios árabes con recintos enmarcados en arcos de encaje me saben tan sagrados como los sitios mayas plenos de estelas y finísimos glifos; los rostros de los santos en pinturas de templos son tan capaces de hablarme íntimamente como los rostros indios de guerreros de piedra. Las mezclas de las sangres ¿qué son?, ¿en qué perdido lugar de la conciencia de los pueblos se tejen esos lazos? Y allí también, los españoles hermanos de los mexicanos, los españoles cálidos y amigables.

En ese tiempo no recuerdo que a los árabes los expulsaron de España, que los españoles renegaron de su sangre árabe y quisieron seguir soñando que su raza era pura y que ningún hibridismo los había contaminado, “sentimiento nacional” se llama. De lo que sí me doy cuenta es de que México es un hijo de la Madre Patria, es Nueva España, es un país lejano con raíces en las calles de estas ciudades habitadas por hermanos.

En mi segunda estancia: Barcelona, una ciudad hermosa y rara a la orilla del mar. Barcelona es preciosa, me dijeron. Barcelona es una ciudad maravillosa, me repitieron, y en Barcelona encuentro, aunado a su belleza innegable, un espíritu rebelde e innegable también que no concuerda conmigo. Aquí siento que los españoles ya no son tan cálidos y amigables, tan hermanos; sin embargo: la sangre. En cualquier calle escucho música mexicana y vuelvo a sentirme en casa, en España, como una nueva hija de la Vieja España.

Dicen que a los mexicanos nos persigue la maldición de la Malinche, el bíblico pecado de adorar al extranjero. En el México de hoy lo rubio brilla como el oro, brilla la lengua inglesa: OK, no pasa nada. Así debieron brillar en el alma de los indios malinches las palabras castizas de cinco siglos antes: “sí señor, mi señor, mi casa es vuestra casa”. ¿Qué casa busco yo en España?, ¿a qué hogar me arrastran las palabras de la lengua española?, ¿a qué orígenes me llaman los templos, la comida, el gozo de vivir, las caras de los santos, los reyes retratados en pinturas?

Desde esta estancia no son Miró y Gaudí lo más alucinante, lo es la mezcla del tabaco y el vino, del olivo y el azúcar de caña.

Tercera estancia: un año para vivir España y después de los primeros meses empiezo a encontrar a Guanajuato en Córdoba, a las casas coloniales de Puebla en las casas de cualquier ciudad de España, a mis calles y a mis plazas. También encuentro una triste novedad que se llama el resquemor de la desconfianza. Y es que los españoles cálidos y amigables, los hermanos, ahora ya no se me acercan tan fácilmente: me miran, me tantean, se cuidan de mí, mujer que viene de otro mundo para quedarse en éste y que debe pertenecer al caudaloso río de inmigrantes que se han establecido definitivamente en esta tierra. Y es que de allende el mar la gente de Perú, Ecuador, Colombia, ha encontrado en esta orilla un asidero para pasar el resto de la vida: mismo idioma, costumbres similares, ¿misma sangre? Hoy comparten los edificios para vivir con los españoles, los niños comparten las escuelas, todos comparten el transporte público, las calles, las ciudades completas. Una sombra funesta amenaza a los españoles cálidos y hermanos: la inmigración. Empieza el resquemor, crece la desconfianza, se afianza la discriminación: “Urge la ley para regular las entradas al país”. América española invade, con su presencia hiere.

En los cines de Madrid se estrena una película de Almodóvar. En el cine pueden asomar los sentimientos porque está la sala oscura, por eso oigo lágrimas como las mías cuando desde la pantalla suena un canto tristísimo: Dicen que por las noches nomás se le iba en puro llorar. Al cine no van los inmigrantes, es muy caro para ellos. Dicen que no comía, nomás se le iba en puro tomar. El albañil ecuatoriano trabaja duro para tener el dinero con el que traerá a España a su esposa y a sus niños que podrán estudiar y tener un futuro mejor que el de sus pobres padres que hoy emigran, se alejan, no pueden ir al cine, trabajan más que otros, temen enfermarse, quedar en paro, no comer… juran que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto. Los españoles hermanos lloran en el cine porque algo los llama y, aunque no sepan ni de dónde ni cómo sale la música, música mexicana es y en ella se reconocen: misma pasión, mismo, dolor, misma sangre.

A los vagones del metro suben constantemente cantores y músicos improvisados: gitanos rumanos, peruanos y ecuatorianos. Difícilmente les dan dinero. Una mañana de metro sube al vagón un hombre ecuatoriano, guitarra en mano y con el dolor a cuestas de la esposa y los hijos que dejó al otro lado del Atlántico canta Probablemente ya de mí te has olvidado y mientras tanto yo te seguiré esperando. Reconozco a Juan Gabriel, pero no puedo reconocer la emoción en los rostros porque los españoles en el metro se rinden a la música mexicana, sienten, se viven plenamente en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Dos estaciones del tren y el cantor acaba; ante mi asombro casi todos le dan dinero al hombre ecuatoriano con corazón mexicano prestado esa mañana. La misma sangre, los españoles hermanos por esta vez. Por esta sola vez de viaje en metro la más reaccionaria señora le da cincuenta céntimos de euro al hombre de la guitarra, se le olvida, se me olvidaba que ya habíamos terminado.

Mientras España se reinventa yo reinvento a España en el fondo de mi alma. Yo esperaba sólo lo mismo de años anteriores: calidez, apoyo, el cariño de siempre; no esperaba encontrar también al resquemor naciente y probablemente estoy pidiendo demasiado

En los tiempos de la conquista de América Isabel la Católica debe haberse sentido feliz cuando expulsó al último moro de Granada: Boabdil; a ese moro su madre no lo dejó llorar, lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre, le dijo. Aquí en la España de hoy los moros se siguen asentando en compañía de indios americanos y por eso reviven Isabel y el sentimiento nacional. Al amparo de ella todos debemos olvidarnos de aquellos pobres españoles que en tiempos de guerra civil y de miseria encontraron cálido asidero es países hermanos, allende el mar.

Mientras. Aquí. El inmigrante llora en el aeropuerto de Barajas, la niña mora llora en el colegio de Madrid, el pueblo español llora un miedo resucitado. ¿Y quién llora más: Boabdil, el latinoamericano, el moro de hoy, los hijos y nietos argentinos, mexicanos, cubanos del español hermano? En la pantalla de Almodóvar sigue llorando la paloma y a todos nos arrastran el desencuentro y las pasiones, ay, ay, ay, ay, ay… cantaba, de pasión mortal, moría.

sábado, 16 de octubre de 2010

EL QUE ESPERA DESESPERA

Ahora en los bancos hay televisores encendidos para la gente que está esperando los minutos, medias horas y horas que puede tardar la más simple transacción. En San Cristóbal de Las Casas, Chiapas (mi ciudad), la gente no confía en eso de los depósitos, pagos y transferencias por internet. Internet es peligroso, así se dice aquí. Por tanto, los bancos siempre están abarrotados y el día que de verdad hay que acudir a uno de ellos es un día de excursión: hay que llevar libros, revistas, agua, el ipod y todo lo que se necesita en las largas esperas. Así equipados, podemos hacernos la ilusión de que la cola dura menos y, sobre todo, de que el banco es muy eficiente. Sin embargo, la gente en general simplemente mira la televisión de nuestros canales nacionales y, mientras se distrae y se abstrae, siente que llegó rapidísimo hasta el cajero.

Esto me recuerda una historia de un libro: Solución de problemas, libro que me dio uno de los mejores conocimientos en el transcurso de mi Maestría, era una lectura obligatoria y hoy todavía agradezco muchísimo al profesor que me obligó a leerlo. La historia es la de un edificio de oficinas muy alto en el que trabajaba mucha gente; en el edificio había sólo dos elevadores y la gente se quejaba porque tenía que esperar mucho tiempo para poder subir o bajar. Como las quejas llegaron a ser cuantiosas, los ejecutivos de la empresa tuvieron que llamar a los especialistas en solución de problemas.

Cálculos fueron y vinieron sobre los minutos que tardaban los elevadores en subir uno, dos pisos, en abrir las puertas, en cerrarlas. Se les aumentó velocidad, se saltaron pisos para no hacer paradas en todos y nada, el problema persistía: la gente, agobiada por las presiones del trabajo sentía perder muchísimo tiempo en la espera del elevador.

Una mente brillante y muy abierta, por fin, atinó a la solución y desde ese día no se volvió a escuchar ninguna queja, nadie sentía perder el tiempo en esperas. Frente a los elevadores, a los lados y en toda el área circundante a ellos se colocaron enormes espejos para que de ahí en adelante las personas vieran sus figuras, sus ropas, su arreglo o desarreglo y, por supuesto, el de los otros. Esto resultó tan entretenido que todo el mundo pensó que por fin les habían aumentado considerablemente la velocidad a los elevadores.

jueves, 14 de octubre de 2010

des-pier-ta-pue-blo-des-pier-ta

El rescate de los mineros chilenos, fruto de esfuerzos conjuntos, hermandad, presidente involucrado y pueblo unido, ha revivido el asunto de nuestros mineros mexicanos de Pasta de Conchos y eso es muy bueno, que a medias de tanta celebración de Centenario y Bicentenario, en medio de tanto desfile y eventos y Olimpiadas en Paseo de la Reforma, los mexicanos regresemos al tema de aquel crimen.

Hoy hay mucha, muchísima información en internet y los responsables han sido señalados, especialmente el presidente Fox y también la impunidad y la injusticia han sido señaladas, pero como son las cosas aquí en este país: señaladas, publicadas y ya. Aquí es el país del “no pasa nada” donde los criminales andan sueltos y viven como reyes.

A mí esta tragedia me ha dolido mucho desde el día en que ocurrió: 19 de febrero de 2006 y por una razón personal: mi mamá nació en Nueva Rosita, Coahuila y sus tíos, primos y familia entera trabajaron casi toda su vida en la mina de carbón de San Juan de Sabinas. Mi abuelita me contaba de las enfermedades de pulmón que adquirían los mineros y también de las destrezas y del carácter que debían tener para poder bajar a trabajar a la mina; sin embargo, el día que le pregunté ¿qué se necesita para ser minero, abuelita?, ser pobre, me dijo.

Quiero hablarles de la historia de Sara Montelongo que encontré publicada en internet por un periodista del Grupo Reforma (César Cardona ) y a un año de la tragedia de la mina. El día de la entrevista Sara cumplía 67 años y podría haber sido Enriqueta Garza (mi abuelita) en vez de Sara, ambas vivieron al lado de la mina y los mineros, pero en diferentes tiempos. El hijo de Sara: Gil, quedó enterrado en la mina y él era realmente el jefe de familia porque el esposo de Sara: Agustín era ciego. Gil dejó viuda a Norma y huérfanos a sus tres hijos, además, sin sustento porque la economía de todos dependía de él.

Sin embargo, lo peor es el dolor de una pérdida tan cruel y de una muerte tan inhumana y dolorosa, dice Sara que ella no encuentra consuelo, que hubiera querido tener aunque sea el cadáver de su hijo para tener una tumba donde llorar. Maribel, una de las hijas de Sara logró hablar con el presidente Calderón para pedirle celeridad en la recuperación de los cuerpos y él sólo dijo que ya mero y ya mero.

Hoy ya pasaron cuatro años y en la mina donde muchos familiares míos dejaron el trabajo de su vida quedaron sepultados 65 mineros por los que ni su Gobierno ni su empresa se preocuparon. Hoy han vuelto a renacer para gritar de nuevo por la injusticia y para que como pueblo tomemos conciencia de la gravedad de lo que pasó.

Ojalá no sigamos descansando en paz en este país, como muertos, mientras estas cosas siguen ocurriendo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Y vendrán por nosotros

En estos días he estado releyendo a Elizabeth Kübler-Ross en La muerte:un amanecer, que es uno de mis libros favoritos. Curiosamente, otro de mis autores favoritos: Ignacio Solares, (los libros que de él estaba leyendo: Delirium Tremens y Cartas a una joven psicóloga) fue el que me remitió de nuevo a esta lectura y ahora les cuento por qué.

Elizabeth Kübler fue la creadora de la Tanatología. Cuando ella era sólo una médica joven le tocó trabajar en Emergencias en un hospital de Manhattan y, desde luego, atendía a muchos moribundos. Ella observó que los moribundos presentaban características similares poco antes de iniciar el tránsito y entonces se dedicó cada vez más a sistematizar sus observaciones y, cuando ya tenía ella sus propios alumnos, entre todos observaban y ordenaban los datos de moribundos niños, jóvenes, viejos, blancos, negros, indios, creyentes, ateos y de todas las clases culturales y sociales.

Una de las características comunes (al 90% de los moribundos según sus conclusiones) es el hecho de que ven a gente que ya murió e incluso conversan con ellos y los perciben tan reales que creen que todos los demás también los ven: ya vino mi mamá, está aquí mi hermanito, qué guapo se ve mi papá…, el equipo de la Dra. Kübler comprobó que las personas con las que hablaban los moribundos habían muerto, aunque sea 10 minutos antes que ellos, como en el caso de un accidente en el que mueren varios miembros de una familia. Ignacio Solares, en ambos libros, narra la anécdota de la muerte de su papá: en la última vez que estuvo en terapia intensiva uno de sus compañeros de cuarto me dijo que él platicaba con una María Luisa que nadie veía, pero que mi papá ubicaba perfectamente y hablaba largos ratos con ella; María Luisa era su hermana muerta hacía años. En la víspera de su muerte mi papá le pidió a mi mamá que le planchara su traje azul porque iba a cenar con sus hermanos (ya muertos), dijo que habían venido en repetidas ocasiones para invitarlo a cenar con ellos.

El día de hoy me siento con ganas de compartir con ustedes mis experiencias personales: a mi papá, también en terapia intensiva, lo visitó su hermana monja: Esperanza, muerta un mes antes y platicó con él, mi papá nunca nos habló a nosotros de fantasmas ni apariciones, pero me aseguró que la había visto y que no se asustó, que además le pudo decir que ya se quería ir con ella porque sufría mucho con su enfermedad. La víspera de su muerte, mi mamá habló todo el día con su hermana Doralicia, menor que ella y muerta hacía varios años, le pedía que le comprara cosas y se notaba calmada y en paz hablando con alguien que nadie más en la habitación podía ver.

Elizabeth Kübler-Ross dice que ella escribió ese libro para que el mundo sepa que no morimos solos sino que, simplemente, nos soltamos de las manos de los de este mundo y tomamos las manos de nuestros seres queridos en otra dimensión. Es interesante saber que ella era atea, no profesaba ninguna religión ni lo hizo después de sus experimentos.

Finalmente, yo escribo hoy porque me da mucho gusto saber que ellos vendrán por nosotros.


miércoles, 6 de octubre de 2010

LA HISTORIA DE LA PIPESA ZANAHORIA

Este es un cuento que hicimos entre Natalia y yo como regalo de cumpleaños para Paula. Natalia tiene 5 años, y dice ser escritora. Ella y Paula son mis nietas y el cuento va así:



La pequeña princesa nació con el pelo color zanahoria y todos dijeron que era hermosa. Cuando creció ella escogía sus vestidos color zanahoria y se veía más hermosa y como era todavía pequeña y no podía decir princesa ella decía, me llamo la Pipesa Zanahoria.

Un día, como usaba muchísimo sus vestidos se le ensuciaron y se le rompieron y sólo le quedaba uno de color rosa, la princesa se sentía triste porque no tenía vestidos de color zanahoria y lloraba y lloraba porque además era el día de la fiesta de su cumpleaños. Sus papás le dijeron ¿qué tienes? Y ella les dijo: es que ya no tengo vestido de color zanahoria y sólo me queda uno de color rosa. Entonces fueron a la tienda a comprar más pero no había de color zanahoria y la Pipesa seguía triste y no quería vestidos con sombrerito ni con crinolina, ni con tirantes, ni largos, ni cortos, ni brillantes, sólo el de zanahoria.

Fueron entonces a la Tienda de Mamá Coneja y ella tenía de todo para vender: había sombreros, piñatas, vestidos, pero no de su talla; entonces vieron un hoyo y pensaron que era una madriguera de conejos y cuando entraron por una resbaladilla vieron que sí era una madriguera llena de vestidos de color zanahoria pero no había ninguno del tamaño de la Pipesa.

La Pipesa estaba llorando y entonces vieron una varita mágica y la cogieron y vieron que alguien la tenía agarrada y pensaron ¿quién puede ser? Y supieron que era una hada: El hada Zanahoria que le dijo: no llores Pipesa y con su varita mágica hizo dibi dibadi vidú y el vestido más hermoso de color zanahoria se convirtió en la talla de la Pipesa y entonces ella ya estaba feliz y se fueron todos a la fiesta y el hada le regaló una piñata de zanahoria y la Coneja una de coneja.

La Pipesa zanahoria brilla como el sol de hermosa, cuando veas el sol por tu ventana es porque la Pipesa anda cerca.



El que no conoce a DIOS ante cualquier buey se hinca

Confieso que yo veía el programa de “Laura para todos”, por morbo y por mi deformación profesional de andar observando conductas humanas. Solía horrorizarme de ver cómo las personas no tenían límite alguno a su dignidad, o bien, no tenían dignidad. Sé (como todos sabemos) que las personas que van a esos reality cobran (una miseria, por supuesto), pero como son pobres y tienen muchas carencias pues aguantan un rato de lo que sea.

Sin embargo, muchas había que veían como a un dios a la “Señorita Laura” y tocarle las vestiduras era ya un milagro, y ser abrazadas por ella mientras oían un montón de promesas los ponía en el paraíso. El estado de pobreza, las fuertes necesidades de atención médica, educativa, psicológica y de todo tipo de infraestructura para la vida ponen a las personas en un estado de indefensión porque se saben incapaces de salir de sus problemas. Laura entonces se presentaba ante ellas como el hada madrina que todo lo puede, más poderosa que cualquier poderoso. Y la gente lo creía porque se iban del programa con una computadora, con una máquina de coser, con una bicicleta, o bien, con la atención médica que debiera brindar el Gobierno a todo el pueblo, o con la beca de estudios que la SEP debiera proporcionar a todo el que quiera estudiar y no pueda hacerlo. Laura era Dios.

No obstante, no se necesita ser pobre para sentir que se toca la Gloria a través de una persona con poder: me dio la mano el Gobernador, fui al cumpleaños del Presidente Municipal, me contestó una carta el Presidente de la República y pude besar la mano de Su Excelencia el Obispo. He oído estas cosas muchas veces y de verdad nunca lo he comprendido porque siendo, como son, personas iguales a todas las demás, ¿qué caso tienen esa reverencia y esa adoración? Porque el premio de muchas de esas personas es sólo el saludo o el besamano y nada más, ni siquiera reciben una mentirosa promesa de las de siempre.

A veces me preocupa mucho mi pueblo, a veces sigo pensando que tenemos el gobierno que merecemos.