Ahora en los bancos hay televisores encendidos para la gente que está esperando los minutos, medias horas y horas que puede tardar la más simple transacción. En San Cristóbal de Las Casas, Chiapas (mi ciudad), la gente no confía en eso de los depósitos, pagos y transferencias por internet. Internet es peligroso, así se dice aquí. Por tanto, los bancos siempre están abarrotados y el día que de verdad hay que acudir a uno de ellos es un día de excursión: hay que llevar libros, revistas, agua, el ipod y todo lo que se necesita en las largas esperas. Así equipados, podemos hacernos la ilusión de que la cola dura menos y, sobre todo, de que el banco es muy eficiente. Sin embargo, la gente en general simplemente mira la televisión de nuestros canales nacionales y, mientras se distrae y se abstrae, siente que llegó rapidísimo hasta el cajero.
Esto me recuerda una historia de un libro: Solución de problemas, libro que me dio uno de los mejores conocimientos en el transcurso de mi Maestría, era una lectura obligatoria y hoy todavía agradezco muchísimo al profesor que me obligó a leerlo. La historia es la de un edificio de oficinas muy alto en el que trabajaba mucha gente; en el edificio había sólo dos elevadores y la gente se quejaba porque tenía que esperar mucho tiempo para poder subir o bajar. Como las quejas llegaron a ser cuantiosas, los ejecutivos de la empresa tuvieron que llamar a los especialistas en solución de problemas.
Cálculos fueron y vinieron sobre los minutos que tardaban los elevadores en subir uno, dos pisos, en abrir las puertas, en cerrarlas. Se les aumentó velocidad, se saltaron pisos para no hacer paradas en todos y nada, el problema persistía: la gente, agobiada por las presiones del trabajo sentía perder muchísimo tiempo en la espera del elevador.
Una mente brillante y muy abierta, por fin, atinó a la solución y desde ese día no se volvió a escuchar ninguna queja, nadie sentía perder el tiempo en esperas. Frente a los elevadores, a los lados y en toda el área circundante a ellos se colocaron enormes espejos para que de ahí en adelante las personas vieran sus figuras, sus ropas, su arreglo o desarreglo y, por supuesto, el de los otros. Esto resultó tan entretenido que todo el mundo pensó que por fin les habían aumentado considerablemente la velocidad a los elevadores.
Tu lectura me hace reflexionar sobre la velocidad cotidiana de la vida moderna comparada con la lentitud con la que vivieron nuestros abuelos o los indígenas campesinos actuales en cuyas comunidades el tiempo transcurre relativamente de otro modo. También me recordó la fobia de Borges a los espejos y la cópula en tanto son multiplicadores de hombres, un tema que siempre me ha parecido interesante y, finalmente, me imagino a la Alicia de Carroll en el espejo que mencionas con la tentación de atravesarlo. Gracias por tu escritura.
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