para que me bese el príncipe en el balcón...
El tema de esta semana no puede ser nada más ni nada menos que “La boda real” alrededor de la cual todos los medios televisivos y de publicidad lucran abundantemente porque un enorme porcentaje de la población mundial siente necesidad de ver todo el espectáculo: a la novia en el coche con su padre, al bajarse del coche y lucir el vestido tan especial, al novio en su atuendo de príncipe, la alfombra roja, los invitados selectos, las grandes personalidades, los obispos, los otros reyes y príncipes del mundo… en fin.
Esta historia de la boda tiene el enganche de las telenovelas que es bien simple, se llama “la identificación con los personajes”. Así, muchas mujeres en el mundo fueron el día de hoy la princesa y, mientras pensaban que solamente la admiraban, de hecho estaban viviendo las emociones que creen ella tenía en todo momento. Estuve leyendo en internet un comentario sobre las telenovelas que hace Fernando Gaitán, guionista colombiano creador de la famosa “Betty la fea” y, hablando del gran poder de identificación de las telenovelas, dice que éstas logran mantener a un auditorio cautivo, incapaz de hacer cualquier otra cosa mientras dos personajes se besan porque la gente cree en la telenovela como quiere creer en el amor. Hoy, más que sorprendida, vi en la televisión a los miles de personas que esperaron abajo del balcón del Palacio para ver cómo se daban un beso los nuevos esposos reales. Guauuu!!! Y eso que fue un beso absolutamente inglés, o sea que creo que ni se tocaron las bocas (véase foto).
Datos personales
- GUADALUPE OLALDE
- SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
- MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo
sábado, 30 de abril de 2011
viernes, 22 de abril de 2011
Cenar con los pies lavados
Cuando yo era niña tenía que vivir la Semana Santa en ritos religiosos porque mi padre decía que no era una semana para vacacionar sino para ir a la iglesia, así es que nada de playa ni de esas cosas. Gracias a Dios, teníamos la salvación de Hércules, que es una población anexa a la ciudad de Querétaro, donde mi tío Salvador era el párroco. Ese viaje sí era permitido porque nos la pasábamos en la iglesia, pero felices porque mi tío era un amorosísimo padre para nosotros. Nos hospedaba en una casita de campo muy sencilla, dormíamos en catres y matábamos a los alacranes que se nos aparecían; también comíamos tunas frescas todas las mañanas y pan del pueblo.
Un Jueves Santo mi tío me invitó a ayudarle en la ceremonia del lavado de pies de los apóstoles y yo, feliz, empecé a reunir con él lo que necesitábamos: la jarra para el agua, la palangana, las toallas y el jabón!!! Preocupada, le pregunté a mi tío si era necesario el jabón porque yo sabía que los que hacían de apóstoles, pues iban con los pies limpios, y él me dijo que no, que eso se llamaba “lavado de pies” porque Jesús les había lavado realmente los pies, no les había pedido que fueran bañados porque aquello no era un show ni tampoco el de nosotros en su iglesia.
Un Jueves Santo mi tío me invitó a ayudarle en la ceremonia del lavado de pies de los apóstoles y yo, feliz, empecé a reunir con él lo que necesitábamos: la jarra para el agua, la palangana, las toallas y el jabón!!! Preocupada, le pregunté a mi tío si era necesario el jabón porque yo sabía que los que hacían de apóstoles, pues iban con los pies limpios, y él me dijo que no, que eso se llamaba “lavado de pies” porque Jesús les había lavado realmente los pies, no les había pedido que fueran bañados porque aquello no era un show ni tampoco el de nosotros en su iglesia.
sábado, 16 de abril de 2011
La mano peluda
Yo he vivido la experiencia de los fantasmas en dos ocasiones y son mi aportación de hoy a La mano peluda:
La número 1:
Cuando yo era niña vivía en una casa llena de fantasmas: Las tres de la mañana y yo con miedo; en mi casa espantaban, los muertos se movían. Mi mamá creía que no los escuchábamos, pero tocaban puertas, se quejaban en los patios hacían ladrar a los perros y bailaban al ritmo de cacerolas en la cocina. Tantos ruidos en la casa… como si nunca durmiéramos. Mis papás decían que no eran ladrones como los que vaciaron la casa del vecino, pero que la nuestra era una fortaleza con barrotes de fierro, candados y cadenas firmes para que nadie entrara y también, mamá, para que nadie saliera, para que los muertos deambularan buscando las rendijas hacia afuera, para que sufrieran de noche por el cofre de joyas y dinero enterrado bajo el piso de la casa.
Lo que nunca nuestros padres pudieron explicarnos (porque la verdad es que ni nos creían) era esa presencia que se pegaba a nuestras espaldas cuando subíamos o bajábamos las escaleras. Ya mayores, todas nos confesamos esa verdad y nos explicamos por qué siempre subíamos y bajábamos corriendo. Gracias a Dios, y para no quedar nosotras como tontas, las sirvientas de la casa se quejaban de los espantos y, cuando la casa estaba por venderse, no duraban los veladores porque pasaban allí noches de terror. No sé si mis papás con eso empezaron a creernos un poco; nunca lo supimos.
La número 2:
Hace poco, entrando a una sala del cine con Pedro, pasaron a mi lado dos señoras que casi me rozaron el brazo, iban rápido y se veía que tenían prisa de entrar antes que nosotros. Las vi de reojo y se parecían a mis tías: Isabel y Margarita, con sus abrigos antiguos y sus peinados de antes también. Pero, cuando entramos a la sala: ¡oh sorpresa para mí! La sala estaba vacía. Pedro no entendía por qué yo no quería ya entrar y la verdad es que tampoco podía hablar hasta que por fin le dije: por favor no, tengo miedo de sentarme arriba de mis tías.
Como decimos: no me lo contaron, lo vi.
Muchas personas (de ustedes mismos que me están leyendo) han tenido este tipo de experiencias que a veces asustan y a veces no. Por lo que a mí respecta me he hecho adicta a los programas hoy tan de moda de experiencias paranormales: Niños psíquicos, Cazadores de fantasmas, Historias de ultratumba (mi favorita) y a las películas de exorcistas (why the rito?, muy bien), de fantasmas, de experiencias de muerte, etc.
Tengo una enorme curiosidad por saber qué es lo que sucede con estos fenómenos y ya tengo una idea que me satisface bastante: cuando morimos nos deshacemos de la materia pero no desaparecemos, esto coincide con mis creencias religiosas, pero no todo mundo va directo a encontrarse con Dios y ser feliz por siempre. Esa felicidad nos la tenemos que ganar porque estamos aquí para cumplir una misión y si no la cumplimos bien, pues siempre hay tiempo y eso se llama “el purgatorio”, que no es un lugar con llamas y personas encadenadas sino algo así como el programa de Lost, inspirado por cierto (creo yo) en un cuento de Benedetti que otro día les cuento.
Bueno, pues hay espíritus vagando por todos lados por una u otra razón y ya no pueden materializarse por lo que hacen ruidos, prenden luces o contactan con nosotros de manera que podamos percibirlos. La verdad es que me dan pena, debe ser horrible querer materializarte y no poder, querer decirle a un amigo, pariente, o a quien sea sobre una necesidad que tienes o un arrepentimiento o un dolor. Dicen los expertos en “sucesos paranormales” que hay que hablarles y pedirles que expresen lo que quieren”. Se necesita valor, obvio, yo ni por todo el oro del mundo les hubiera preguntado a mis tías que qué estaban haciendo en el cine.
En fin, hay gente escéptica también y es porque no ha visto, ni oído, ni sentido nada raro. De por sí nuestros sentidos son unos filtros enormes porque si viéramos, oyéramos, oliéramos, sintiéramos todo lo que hay nos volveríamos locos, nuestro cerebro no lo aguantaría. Algunos tienen esos filtros más abiertos que otros, son personas diferentes, con “capacidades especiales”, otros tenemos los filtros normales y sólo de vez en cuando se abren más. Eso creo.
Y también creo que ellos nos rodean todo el tiempo.
sábado, 9 de abril de 2011
Muerte por un hijo
No sé de qué se trata ese dolor, solamente lo imagino y no quiero saberlo.
Mi mente se bloquea si pretendo imaginar a Julieta, a Sofía o a Aurelio muertos. Son muertes inimaginables, son cadáveres no posibles para mí. Por eso entiendo y no entiendo a Javier Sicilia y a todos los padres que han tenido que enterrar a un hijo. Definitivamente: los hijos deben morir después de los padres, es una verdad con lógica y debería ser una ley divina.
El poeta dice haber escrito el último poema de su vida y entiendo que desea que muera la poesía, que mueran las palabras, que todo pare, que reine el silencio aunque ni todo eso acallará tanto dolor. No sé qué habrán rezado, cantado, gritado, qué amenazas y reclamos habrán proferido, qué lamentos les habrán desgarrado a todas las madres y padres mexicanos de esta nuestra nueva época de “la lucha contra el crimen”, porque veo en las estadísticas de los cuenta-muertos de este país que la cifra ya asciende a 35 000 muertos más 9 000 desaparecidos. Muchos jóvenes y niños entre ellos, muchos inocentes, muchos muertos de hambre antes que muertos por balas.
Luego vienen los reclamos posibles: las denuncias, las marchas, las querellas legales. Yo me uno a ellas, a todas y a cada una de ellas pese a que sé que mi petición de justicia a nuestras autoridades es tan inútil como mi voto en las urnas. Investigaremos el caso y llegaremos hasta el final, la justicia será implacable, encontraremos a los asesinos, se aplicará todo el rigor de la ley y bla bla bla. Eso es todo lo que consiguen padres y madres deshijados, agónicos, suplicantes. Eso es todo lo que conseguimos en México quienes los acompañamos en su exigencia de justicia. Y ante una fuerte exigencia como la de la figura de Javier Sicilia ante el presidente Calderón pues ya también sabemos que nuestras autoridades son una y mil veces capaces de buscarse al chivo expiatorio y llenar las cárceles de “presuntos culpables”. Hasta de eso tenemos que cuidar a nuestros hijos.
Quisiera tener palabras de consuelo para todos los padres y las madres que han perdido a un hijo, muerto por balas, muerto por hambre, muerto por una enfermedad curable, muerto en el desierto de Arizona, muerto porque lo confundieron, muerto porque lo torturaron. Quiero unirme a todos los que reclamamos enérgicamente la sanguinaria decisión de nuestro presidente de hacer una guerra que sólo a él le conviene.
Yo sólo tengo palabras y junto con ellas quiero que quienes sufren los horrores actuales de este país sepan que aquí estoy con ustedes.
Mi mente se bloquea si pretendo imaginar a Julieta, a Sofía o a Aurelio muertos. Son muertes inimaginables, son cadáveres no posibles para mí. Por eso entiendo y no entiendo a Javier Sicilia y a todos los padres que han tenido que enterrar a un hijo. Definitivamente: los hijos deben morir después de los padres, es una verdad con lógica y debería ser una ley divina.
El poeta dice haber escrito el último poema de su vida y entiendo que desea que muera la poesía, que mueran las palabras, que todo pare, que reine el silencio aunque ni todo eso acallará tanto dolor. No sé qué habrán rezado, cantado, gritado, qué amenazas y reclamos habrán proferido, qué lamentos les habrán desgarrado a todas las madres y padres mexicanos de esta nuestra nueva época de “la lucha contra el crimen”, porque veo en las estadísticas de los cuenta-muertos de este país que la cifra ya asciende a 35 000 muertos más 9 000 desaparecidos. Muchos jóvenes y niños entre ellos, muchos inocentes, muchos muertos de hambre antes que muertos por balas.
Luego vienen los reclamos posibles: las denuncias, las marchas, las querellas legales. Yo me uno a ellas, a todas y a cada una de ellas pese a que sé que mi petición de justicia a nuestras autoridades es tan inútil como mi voto en las urnas. Investigaremos el caso y llegaremos hasta el final, la justicia será implacable, encontraremos a los asesinos, se aplicará todo el rigor de la ley y bla bla bla. Eso es todo lo que consiguen padres y madres deshijados, agónicos, suplicantes. Eso es todo lo que conseguimos en México quienes los acompañamos en su exigencia de justicia. Y ante una fuerte exigencia como la de la figura de Javier Sicilia ante el presidente Calderón pues ya también sabemos que nuestras autoridades son una y mil veces capaces de buscarse al chivo expiatorio y llenar las cárceles de “presuntos culpables”. Hasta de eso tenemos que cuidar a nuestros hijos.
Quisiera tener palabras de consuelo para todos los padres y las madres que han perdido a un hijo, muerto por balas, muerto por hambre, muerto por una enfermedad curable, muerto en el desierto de Arizona, muerto porque lo confundieron, muerto porque lo torturaron. Quiero unirme a todos los que reclamamos enérgicamente la sanguinaria decisión de nuestro presidente de hacer una guerra que sólo a él le conviene.
Yo sólo tengo palabras y junto con ellas quiero que quienes sufren los horrores actuales de este país sepan que aquí estoy con ustedes.
sábado, 2 de abril de 2011
La niña del columpio
Figurilla de la colección del Museo Rufino Tamayo
(tomada de la web del Museo)
(tomada de la web del Museo)
A mi papá le gustaba mucho la historia prehispánica y era fan del Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México. Le gustaban las pequeñas estatuillas que los indígenas de antes nos dejaron como un legado enterrado que poco a poco fue saliendo a la luz. Vio y disfrutó jaguares, dioses, diosas de la fertilidad, danzantes y a muchos más, pero murió sin conocer a la niña del columpio.
La niña del columpio está en el Museo Rufino Tamayo de Oaxaca. Allí la vi y me enamoró para siempre. Es una niña azteca de barro columpiándose, es una estatuilla magnífica que ahora puede ver el público, pero que Don Rufino se guardó en su colección privada durante toda la vida para contemplarla él solo, yo creo que pensaba que él era el único mexicano capaz de apreciar las obras de arte. Muchas otras cosas vi en ese museo, todas fuera de lo que hasta entonces conocía (y me jacto de conocer todos los museos arqueológicos de los lugares del país en los que he estado). Había personitas de barro en camas, mujeres pariendo, dioses nuevos, guerreros desconocidos. Todos maravillosos.
Salí maravillada y furiosa porque, por la corrupción de un pintor millonario y quienes le consiguieron las piezas, mi papá no pudo conocer nunca a la niña del columpio. Y eso que las piezas arqueológicas son propiedad de la nación. Pero esta pobre nación no es más que un nombre que se lleva y se trae aquí como trapeador, por eso también nuestros políticos muy ufanos dicen “si no cumpliere, que la nación me lo demande (ja ja ja)”. El problema es que la nación somos todos y aquí seguimos, calladitos y además aplaudiendo a los Rufinos que hacen un hermosísimo museo para el país con lo que ellos decidieron dar de sus colecciones priva-robadas a la nación.
Otro ejemplo: el Museo Amparo de la Ciudad de Puebla. Yo, a la salida de la alucinante visita, expresé en el libro de comentarios mi indignación por la desvergüenza de robarse de esa manera el patrimonio nacional para encima hacer después alarde de que son “benefactores” de la nación, que “comparten” con el pueblo su tesoro. Sí, con un tonto pueblo que en un libro de visitas de éstos se desvive escribiendo alabanzas y dando las gracias de que les dejan ver una parte de lo que siempre ha sido suyo.
No quiero hablar ya de muchos otros museos y colecciones “privadas”. Esto me ha saltado hoy de nuevo a la conciencia por el bombardeo de publicidad del Museo Soumaya que también tiene piezas prehispánicas, unas de ellas pertenecían a Rodolfo Stavenhagen, un alemán que llegó como inmigrante a México durante la Segunda Guerra Mundial y luego se creyó que lo del patrimonio de la nación era de su propiedad; después donó a la UNAM su famosa “Colección Stavenhagen” y en vez de meterlo a la cárcel le dieron las gracias.
No entiendo. No entiendo. No entiendo.
En fin, lo único que se me ocurre en este momento es algo así como las mañanitas mexicanas de “Des-pier-ta-na-ción-des-pier-ta”
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