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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

viernes, 22 de abril de 2011

Cenar con los pies lavados

Cuando yo era niña tenía que vivir la Semana Santa en ritos religiosos porque mi padre decía que no era una semana para vacacionar sino para ir a la iglesia, así es que nada de playa ni de esas cosas. Gracias a Dios, teníamos la salvación de Hércules, que es una población anexa a la ciudad de Querétaro, donde mi tío Salvador era el párroco. Ese viaje sí era permitido porque nos la pasábamos en la iglesia, pero felices porque mi tío era un amorosísimo padre para nosotros. Nos hospedaba en una casita de campo muy sencilla, dormíamos en catres y matábamos a los alacranes que se nos aparecían; también comíamos tunas frescas todas las mañanas y pan del pueblo.

Un Jueves Santo mi tío me invitó a ayudarle en la ceremonia del lavado de pies de los apóstoles y yo, feliz, empecé a reunir con él lo que necesitábamos: la jarra para el agua, la palangana, las toallas y el jabón!!! Preocupada, le pregunté a mi tío si era necesario el jabón porque yo sabía que los que hacían de apóstoles, pues iban con los pies limpios, y él me dijo que no, que eso se llamaba “lavado de pies” porque Jesús les había lavado realmente los pies, no les había pedido que fueran bañados porque aquello no era un show ni tampoco el de nosotros en su iglesia.


Así fueron llegando uno a uno los apóstoles vestidos con su ropa de todos los días, eran obreros de la fábrica de textiles en su mayoría, pero había también un mecánico, un agricultor y dos albañiles. Entonces, comenzó la ceremonia y mi tío les pidió a todos que se quitaran los zapatos: olía mal allí, de verdad que sí y yo ya estaba más que arrepentida de haber aceptado ser la ayudante de esa noche. Mi tío, arremangada la sotana y con un delantal, empezó con toda tranquilidad a lavar aquellos pies y el agua negra llenaba las palanganas que el sacristán llevaba a vaciar; a veces la enjabonada debía ser doble porque los pies no acababan de quedar limpios, pero cuando quedaban limpios al fin mostraban en todo su esplendor enormes callos, surcos, llagas: pies de gente muy pobre. Con cada apóstol que íbamos dejando limpio mi corazón se ablandaba y se llenaba de conmiseración por ellos, estaban tan felices y tan apenados al mismo tiempo porque el padrecito les lavaba los pies. No fue un show definitivamente, fue un hombre cristiano comportándose como tal.

Después de la ceremonia del lavado de pies mis hermanos y yo estábamos invitados a la Ultima Cena, que era en una habitación anexa a la parroquia. La mesa improvisada para la ocasión eran tablones que habían sido o estaban siendo empleados en una construcción: mugrosos, con bolitas de cemento pegadas, pero suficientemente largos para que cupiéramos todos. Uno de los apóstoles dio gracias por los alimentos: “Te agradecemos, Señor, estas tortas de sardina que nos invita el padrecito y que son las de la Ultima Cena. Amén” Y empezaron a circular los bolillos y las latas de sardinas y los refrescos Lulú y Jarritos de todos sabores y colores y aún hoy recuerdo esa cena como una de las más memorables de mi vida.

Nunca jamás, por cierto, he vuelto a ver en los rituales de Semana Santa a apóstoles con los pies sucios, dicen que porque es una falta de respeto al padrecito.

Y amén.

                                                       Parroquia de Hércules, Querétaro

1 comentario:

  1. Yo creo que las únicas semanas "santas" que he vivido fueron las del tío Salvador y fueron días muy felices. Quizá por eso sigo terqueando en salir de vacaciones en esta época. Besos desde la playa!! jijijiji

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