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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

sábado, 16 de abril de 2011

La mano peluda



Yo he vivido la experiencia de los fantasmas en dos ocasiones y son mi aportación de hoy a La mano peluda:

La número 1:

Cuando yo era niña vivía en una casa llena de fantasmas: Las tres de la mañana y yo con miedo; en mi casa espantaban, los muertos se movían. Mi mamá creía que no los escuchábamos, pero tocaban puertas, se quejaban en los patios hacían ladrar a los perros y bailaban al ritmo de cacerolas en la cocina. Tantos ruidos en la casa… como si nunca durmiéramos. Mis papás decían que no eran ladrones como los que vaciaron la casa del vecino, pero que la nuestra era una fortaleza con barrotes de fierro, candados y cadenas firmes para que nadie entrara y también, mamá, para que nadie saliera, para que los muertos deambularan buscando las rendijas hacia afuera, para que sufrieran de noche por el cofre de joyas y dinero enterrado bajo el piso de la casa.

Lo que nunca nuestros padres pudieron explicarnos (porque la verdad es que ni nos creían) era esa presencia que se pegaba a nuestras espaldas cuando subíamos o bajábamos las escaleras. Ya mayores, todas nos confesamos esa verdad y nos explicamos por qué siempre subíamos y bajábamos corriendo. Gracias a Dios, y para no quedar nosotras como tontas, las sirvientas de la casa se quejaban de los espantos y, cuando la casa estaba por venderse, no duraban los veladores porque pasaban allí noches de terror. No sé si mis papás con eso empezaron a creernos un poco; nunca lo supimos.



La número 2:

Hace poco, entrando a una sala del cine con Pedro, pasaron a mi lado dos señoras que casi me rozaron el brazo, iban rápido y se veía que tenían prisa de entrar antes que nosotros. Las vi de reojo y se parecían a mis tías: Isabel y Margarita, con sus abrigos antiguos y sus peinados de antes también. Pero, cuando entramos a la sala: ¡oh sorpresa para mí! La sala estaba vacía. Pedro no entendía por qué yo no quería ya entrar y la verdad es que tampoco podía hablar hasta que por fin le dije: por favor no, tengo miedo de sentarme arriba de mis tías.

Como decimos: no me lo contaron, lo vi.



Muchas personas (de ustedes mismos que me están leyendo) han tenido este tipo de experiencias que a veces asustan y a veces no. Por lo que a mí respecta me he hecho adicta a los programas hoy tan de moda de experiencias paranormales: Niños psíquicos, Cazadores de fantasmas, Historias de ultratumba (mi favorita) y a las películas de exorcistas (why the rito?, muy bien), de fantasmas, de experiencias de muerte, etc.

Tengo una enorme curiosidad por saber qué es lo que sucede con estos fenómenos y ya tengo una idea que me satisface bastante: cuando morimos nos deshacemos de la materia pero no desaparecemos, esto coincide con mis creencias religiosas, pero no todo mundo va directo a encontrarse con Dios y ser feliz por siempre. Esa felicidad nos la tenemos que ganar porque estamos aquí para cumplir una misión y si no la cumplimos bien, pues siempre hay tiempo y eso se llama “el purgatorio”, que no es un lugar con llamas y personas encadenadas sino algo así como el programa de Lost, inspirado por cierto (creo yo) en un cuento de Benedetti que otro día les cuento.

Bueno, pues hay espíritus vagando por todos lados por una u otra razón y ya no pueden materializarse por lo que hacen ruidos, prenden luces o contactan con nosotros de manera que podamos percibirlos. La verdad es que me dan pena, debe ser horrible querer materializarte y no poder, querer decirle a un amigo, pariente, o a quien sea sobre una necesidad que tienes o un arrepentimiento o un dolor. Dicen los expertos en “sucesos paranormales” que hay que hablarles y pedirles que expresen lo que quieren”. Se necesita valor, obvio, yo ni por todo el oro del mundo les hubiera preguntado a mis tías que qué estaban haciendo en el cine.

En fin, hay gente escéptica también y es porque no ha visto, ni oído, ni sentido nada raro. De por sí nuestros sentidos son unos filtros enormes porque si viéramos, oyéramos, oliéramos, sintiéramos todo lo que hay nos volveríamos locos, nuestro cerebro no lo aguantaría. Algunos tienen esos filtros más abiertos que otros, son personas diferentes, con “capacidades especiales”, otros tenemos los filtros normales y sólo de vez en cuando se abren más. Eso creo.

Y también creo que ellos nos rodean todo el tiempo.

3 comentarios:

  1. Qué espantos los espantos! Yo ya ni puedo leer de ellos, entre más vieja más miedosa jejejeje
    Besos y gracias por seguir escribiendo para todos.

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  2. Ayyyy! hermana yo ya no me quiero acordar de los espantos Uyyyy!!!
    porque para mi desgracia a mi se me abren esos filtros a cada rato y vivo espantada.
    Y sabes a que fueron mis tías al cine? Pues a ver la película jajaja!!!
    Te quiero y me encantan tus cuentos, Creo que Kike lo va a disfrutar y sobre todo la foto.
    Te quiero.

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  3. Querida Guadalupe, buena tarde. Te comparto algo que he escrito luego de haber leído tu texto de ayer: cuando falleció el hermano mayor de María Ofelia,en 1993, si mal no recuerdo, debimos viajar de Las Margaritas, donde yo trabajaba, hacia Mazatán, el pueblo de mi esposa y donde se estaba velando a mi cuñado. Fue una casualidad que mis padres, ese día, estuvieran en Comitán, y al enterarse de la trágica noticia, decidieron hacer el viaje con nosotros. Al pasar por Comalapa, hacia la medianoche, entre los puentes que dividen a mi pueblo del barrio Cuernavaca, estaba una mujer de blanco tendida a la mitad del camino. Cierto instinto hizo que yo dejara de acelerar la camioneta. De inmediato, escuché la voz de mi padre: -No te detengas, no te detengas, gritó. Y continuamos el viaje, durante el cual siempre nos acompañó un pájaro que nunca dejó de emitir un insistente pitido, que emitía cada dos o tres segundos, recuerdo ahora: y se me eriza la piel de nuevo.
    Hace un mes, mi suegra, quien en mayo cumplirá setenta y siete años de vida, fue sometida a una intervención quirúrgica; uno de sus riñones dejó de funcionar y no hubo más que quitárselo. Aún estaba en el hospital cuando una mañana se despertó llorando, llorando intensamente. Cuando pudo hablar, dijo que mi suegro y mi cuñado, quienes fallecieron en la década de los noventa del siglo pasado, la estaban tomando de las manos, y ella, como pudo, logró zafarse de ellos.

    Un abrazo, con cariño,

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