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A mis hermanas y a mí nos encantaba que el 16 de septiembre mi papá decidiera llevarnos a alguna calle de Paseo de la Reforma a ver el desfile militar. Nos íbamos muy temprano a apartar nuestro lugar, que era un tramo de la acera, y veíamos pasar el desfile de principio a fin. Era impresionante y maravilloso, les decíamos adiós a los soldados y les aplaudíamos a los tanques de guerra. Junto a esa emoción recuerdo que nunca me supo responder bien mi papá para qué queríamos en el país tantos soldados armados, decía que para defendernos a todos nosotros por si había guerra, pero ni en la más negra de mis pesadillas podría haberme imaginado en ese entonces que la guerra en que los vería activos sería en una guerra interna, una guerra entre mexicanos, la guerra de todos contra todos. Entonces, todos los soldados armados al final sólo servirían para matar mexicanos. Cuando yo les aplaudía y me emocionaba con el ruido de su marcha y sus tambores pensaba que eran tan buenos mexicanos como yo y como mi padre.
El día de ayer y después de muchos años decidí ver por televisión el desfile porque de verdad me cuesta creer que marchen tan ufanos los generales con sus brigadas hoy en día, cuando matan población civil: en emboscadas buscando narcos, en retenes buscando armas y en donde sea. Pero allí estaban, desfilando tan orgullosos de ser asesinos a sueldo y presentando sus respetos a nuestro Primer Mandatario que ahora sí se nota que es el “Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas” y ese es el único cargo que ejerce con gran entusiasmo desde que llegó al poder.