Es la carretera a Chiapas, negra serpiente de asfalto que atraviesa la Patria. Las ceibas desnudas adormecen a lo largo del camino. Las ceibas ejercen sobre mí una especie de encantamiento, enormes, con los enormes brazos abiertos al infinito. El autobús se detiene en un tendajo de comida, afuera de él ensayan unos músicos que se llaman “Caravana del Ritmo” y una ceiba los mira. La ceiba escucha la marimba, sus ramas vibran con el calor del sol en la superficie de esta tierra mientras que sus raíces penetran en los más profundos senderos del inframundo. Los mayas saben que la enorme ceiba es el contacto de la vida y la muerte; la ceiba es un árbol sagrado, en esta vida y en la que sigue estará la ceiba.
El autobús arranca de nuevo en su marcha cuesta arriba a la ciudad de montaña donde vivo y yo vuelvo al frío de la ventana con media cara acomodada a la superficie lisa y el sueño me envuelve y sueño: Soy la ceiba desnuda, árbol de enormes brazos y mi vida entera empieza a ser sueños rotos metidos en el sueño verdadero de la tumba de un muerto. Estoy también metida debajo de una gran lápida de piedra y el brillo de huesos alumbra el recinto entero de una capilla: vasijas, collares, conchas y jades están regados por el piso. Frente a mí, un altar y una estela, y de pronto yo soy ceiba pequeña y veo a mi antepasado el maya cincelando la piedra: el hombre graba mensajes para el futuro con dolor en las manos, hilos de sangre entre los dedos. El hombre cree que son mensajes reales porque son escritura, nombres de reyes, fechas, nombres de lugares, emociones de guerra y de catástrofes guardadas en palabras. Y yo, ceiba desnuda, enorme ceiba de brazos levantados, sueño a mil años de distancia que sueño mensajes en la piedra que nadie habrá de comprender.
Soy ceiba epigrafista inclinada en la piedra y quiero descifrar los enigmas de esa escritura y no puedo de pronto saber más nada de las palabras de mi antepasado, guardadas en la estela, cinceladas con sangre de dedos lastimados. Me inclino, toco la piedra con mis brazos de ceiba, percibo su calor, su piel borrosa y arrugada. No más. Hablo lengua moderna, escribo con alfabeto y no sé nada del maya, antepasado mío, corazón en la piedra de la estela, sangre en piedra de sacrificios. Sueño que sueño en tantas ruinas. Ceiba soy y despierto, el autobús prosigue, ya no se oye la música de la marimba.
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