Lo mismo he visto que pasa con las parejas que se separan porque generalmente en ese proceso hay un “dejado” y un “dejador” y, obviamente, uno que sufre más que el otro porque ante la separación entra en un duelo semejante al de la muerte. Entonces una mujer dejada, por ejemplo, puede relatar que el hombre le era infiel, que la maltrataba física y emocionalmente, que la minimizaba, que la separaba de sus familiares y amigos, que se burlaba de sus defectos físicos, que le decía tonta, estúpida, fea, gorda y demás. Sin embargo, la mujer suele padecer el “síndrome del muerto” y después de esa retahíla de verdades dice que no puede vivir sin él porque él era cariñoso cuando no estaba borracho y también era simpático y fiestero y alegre y sus amigos lo buscaban mucho y que a ella a veces la trataba tan, pero tan bien, que por eso no puede concebir la vida sin él y esto es una gran pérdida, es invaluable lo que él hacía y es lo más lamentable del mundo su desaparición.
Sin embargo, ¿se han puesto a pensar cuántos mienten y mientras tratan de engañar a los demás se engañan a sí mismos?, porque no es posible que toda la gente piense que el muerto era lo máximo. Hay que ser honesto y valiente de verdad para poder expresar lo que sentimos o lo que ni sentimos. Un día me encontré a una señora joven en una sala de espera de un consultorio, estaba vestida de luto y cuando empezamos a platicar le pregunté por qué estaba de luto y me dijo que acababa de quedar viuda, hacía solamente un mes, me dio pena haberle preguntado y le dije la frase hecha de “lo siento” (aunque lo único que sentía era haber abierto la boca) y ella, tranquilamente me dijo: no, ni me lo diga, mi marido era un desgraciado que me hacía la vida imposible, la verdad es que está mejor en el panteón. Esa señora me dio una gran lección.
No cabe duda que cuando salimos de la edad de la inocencia nos volvemos diplomáticos para quedar bien, para cumplir un papel social. Hace años visité en un asilo a una tía mía muy viejita, tan viejita que ya era niña de nuevo y estuvo preguntándonos a mí y a mis hermanas por las personas de las que se acordaba y le decíamos que ya habían muerto o que allí seguían; ella en general se lamentaba de las muertes de sus antiguos amigos o parientes, pero había uno que siempre le cayó muy mal y nos preguntó por él: bueno ¿y Don Fulanito cómo está?, ya se murió tía, ¡ay qué bueno!, dijo ella, con lo malo que era así estamos todos mucho mejor, me da mucho gusto que se haya muerto.
Esa es la edad de la inocencia, la niñez y la espontaneidad.
Nosotros ya somos adultos y a veces hacemos cosas tontas.
Nota final: Mi abuelita decía: Mira hija, si lo que quieres es que la gente hable bien de ti, pues muérete.
Mira hija, si lo que quieres es que la gente hable bien de ti, pues muérete... o escribe un blog que nos haga reír así los sábados en las mañanas. ¡Genial!
ResponderEliminarLo malo de ser perfecto es que no me encuentro defectos. A lo mejor es que estoy muerto y no me he dado cuenta. Muchas gracias por compartir con nosotros este "síndrome del muerto" que debería convertirse en un clásico. Les pido a todos, amigos y enemigos, que por favor me den por muerto y hablen mucho sobre mi persona. Gracias.
ResponderEliminarde ese síndrome hay que estar pendiente!!.... y checa con que he estado leyendo a Robin Norwood... y no le había puesto interés porque pensé que eran de estos libros que llaman la atención cuando dicen, más de mil libros vendidos!!.. pero me lo encontré arrumbado en casa de una amiga y pues la curiosidad mató al gato...y comencé a leerlo .. hay una análisis muy interesante acerca de las relaciones que establecemos y que nos causan dolor... y sobre todo dependencia, entonces, muy parecido a lo que Lupita escribe sobre el "síndrome del muerto". Recomendable!!! a mí me dejó reflexionando.
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