El bicho raro fui yo en una sesión de terapia de grupo con gente desconocida, uno de esos talleres a los que me gusta ir y se trataba de encontrar las causas psicológicas de nuestras dolencias físicas. Cuando me tocó hablar, abiertamente y por primera vez en un grupo, pude decir que odio vivir en San Cristóbal. Entonces las miradas, los ojos muy abiertos, las expresiones de desacuerdo, de enojo, y la pregunta esperada, ¿por qué? Había coletos (originarios de San Cristóbal) y había gente alternativa a la que le gusta vivir en esta provincia rodeada de bosques y de indígenas y no había ninguno que pareciera estar de acuerdo conmigo.
Porque todos los días me duele la pobreza extrema a mi lado, dije, atrás de mi casa viven unos niños como éstos con el mismo tipo de vivienda y las mismas condiciones de higiene, de alimentación y de calidad de vida. Su casa tiene piso de tierra y a veces los veo por los alrededores colectando hongos y yerbas para que su mamá se los guise y puedan comer. Si salgo de mi casa pues también los veo, generalmente son indígenas en la ciudad vendiendo pulseritas o artesanías que al turismo le encantan y los encuentran graciosos y folklóricos y de verdad creo que ni se fijan ni les interesa que no traen zapatos, ni suéter y que tienen infecciones en la piel.
Ahora con nuestro nuevo Gobierno de la República pues ha crecido enormemente la pobreza y ya estrenamos tragafuegos en las esquinas de San Cristóbal, limpia parabrisas por docenas, vendedores de todo y mendigos disfrazados de cojos, de ciegos, de paralíticos y de moribundos. Hay una pareja que se turna la silla de ruedas y en un barrio la paralítica es ella y en otro es él.