el tuerto es rey |
Y empezamos ya en este país con la pesadilla de la publicidad electoral: en la televisión, en la radio, en el cine, en todas las calles y edificios y hasta en los autobuses urbanos. No recuerdo, de años pasados, este fenómeno con detalle pero ahora, además de agresivo como siempre ha sido, está convertido en un pleito de lavadero. Los partidos políticos ya no ofrecen nada: ni esperanzas como los de los tiempos de "Arriba y adelante", "La solución somos todos" o "Por el bien de todos, primero los pobres". Ahora nada de nada porque de lo que se trata es de descalificar al otro: ¿ya vieron todas las propiedades que tienen en el extranjero?, ¿ya vieron todas las promesas incumplidas: las carreteras, los impuestos?, ¿ya saben en dónde vacacionan sus presidentes y sus familias?, ¿ha bajado el precio de la gasolina siendo éste un país petrolero?, ¿mejora la seguridad para los ciudadanos?... y así una lista interminable de todo lo que sabemos y sufrimos los ciudadanos que ahora tenemos que aguantar los numeritos de ver cómo se dan de palos unos con otros. Y eso sí muy claro: ni ofrecen ni garantizan nada porque todos son corruptos.La corrupción es la Reina de este país, si tienes celular te van a cobrar mucho más de lo que lo usas, si vas a una clínica de Seguridad Social tendrás que comprar tus medicamentos porque allí ya nunca hay, en el DF cobran por usar una calle que es el segundo piso y en las carreteras de Chiapas cualquier día te piden dinero o te rompen el parabrisas con los palos enormes con los que amenazan unos encapuchados disfrazados de zapatistas.
Mi primera confrontación con la corrupción fue siendo yo niña de 7 años. Fue un domingo. Saliendo de Misa mis papás nos daban un peso para comprar algún juguete o golosina y ese día yo salí de la iglesia en místico arrebato y vi a un pobre ciego pidiendo limosna, me dio tanta pena que le di mi peso y me quedé en paz. Mis hermanas me dijeron tonta porque ellas compraron algodones de dulce y juguetitos, pero a mí no me importó. Después corrimos alrededor del templo jugando antes de regresar a casa y allí... ¡Oh sorpresa!, ¡Oh desencanto!, ¡Oh traición! Allí estaba el ciego leyendo el periódico. Como me subí al coche llorando mis padres preguntaron qué me pasaba y yo no dije nada, pero mis hermanas sí dijeron: es que la tonta le dio su peso a un ciego que no era ciego.
Y hoy, también llorando de indignación, digo: es que les he dado mi voto y mi confianza y mis esperanzas a un partido político y luego a otro, y a otro y todo era un engaño.
La ciega fui yo.
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