Ahora que acaba de pasar el 25 aniversario del gran terremoto de la Ciudad de México he visto en noticias y documentales de nuevo aquellas imágenes conmovedoras de nuestro pueblo mexicano, sin distinciones ni remilgos, ayudándose unos a otros moviendo piedras, sacando heridos y muertos, consolando y dando todo de sí mismos.
Lo mismo acabo de ver en la inundación de Veracruz, la gente llora porque todo lo ha perdido y al mismo tiempo consuela a otros y ayuda a rescatar a más gente, a animales, a las cosas que se puedan. Veracruz de hoy ha sido también Chiapas de otros días, o Guerrero o Oaxaca, o el lugar que sea; lo que es obvio en todas estas situaciones es que el pueblo funciona mucho más que el Gobierno porque los presidentes en turno cuando mucho se dan una paseadita por las zonas de desastre, prometen maravillas como cuando andaban en campaña (que al fin y al cabo ya están perfectamente entrenados) y vuelven a tomar su avión de camino a casa donde lo que sobran son las comodidades, el agua potable, la energía eléctrica y la comida.
Hace algunos años, cuando hubo damnificados en Tapachula (Chiapas) a mí me tocó vivir de cerca una tragedia familiar: era la de los padres de una amiga mía, quienes perdieron casa y todos sus bienes y, como muchos otros, fueron a parar a un albergue para medio vivir mientras la situación se componía. Allí les prometió el Gobierno una nueva casa para cada familia damnificada y permanecieron en el refugio una semana, dos, cuatro, tres meses, seis meses y la gente ya fastidiada de estar en esas condiciones iba resolviendo su situación como podía para salirse de allí y empezar a reconstruir su vida. Pero… había una condición para aquello de la vivienda nueva: tenían que firmar todos los días su estancia en el albergue porque el que se fuera de allí perdía la oportunidad de tener casa.
No sé quiénes habrán resistido o si hubo alguno que aguantó hasta el final, pero no cabe duda que el desamparo de nuestro Gobierno a su pueblo en situaciones de crisis es evidente y doloroso; además perpetuo porque pasan las generaciones, cambian los gobernantes y las cosas para los mexicanos siguen funcionando igual que siempre: Mal.
Dicen que cada pueblo tiene el gobierno que se merece y de verdad no creo que nos merezcamos esto, a menos que nuestra culpa como pueblo sea vivir eternamente agachados ante el poder o que la culpa sea que sólo si hay terremoto o inundación nos unimos como un solo pueblo capaz de cualquier cosa. ¿O será acaso nuestra ceguera? Porque es claro que como pueblo no hemos visto aún que el Gobierno que tenemos es peor que cualquier terremoto o catástrofe y por eso no podemos hacer frente común.
Un buen festejo del bicentenario hubiera sido usar los famosos 3000 millones en reconstruir las zonas dañadas y en darles amparo a toda esta gente. Lamentablemente Don Felipe prefirió un parque, una estela de cuarzo y una celebración al estilo de inauguración de olimpiadas. Por un lado penoso pero por otro ahí estaba la gente emocionada con el desfile y el espectáculo de luces aplaudiéndole al presidente, una gran protesta hubiera sido que el presidente saliera a dar el grito a un zócalo vacío.
ResponderEliminarPienso con dolor que a lo mejor sí es cierto eso de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece...
Lupi, lamento discrepar pero, no todos en el gobierno somos presidentes y en lo personal soy compañero de trabajo de quienes están a cargo de los programas de reconstrucción, mejoramiento y entrega de nuevas viviendas y los veo trabajar con ahínco y ganas que no les son reconocidas.
ResponderEliminarMe consta en lo personal que, desde hace varios años gracias a los recursos destinados a paliar los efectos de desastres naturales y, en buena medida gracias a las lecciones aprendidas desde 1985, se han recuperado las casas de miles de familias.
Entiendo la indignación y los comentarios críticos pero como también me toca la parte luminosa que, pese a las dudas existe, me veo obligado a tener una visión mucho menos pesimista y a seguir trabajando para tener el gobierno que deseo para mi y los demás.
Un abrazo.