Trece niños y dos niñas terminan la primaria: ellas acaban de estudiar, algunos de ellos también. Después vienen la milpa, el casamiento, el curso natural de la vida, pero hoy hay baile, comida y trago para todos. Yo soy la madrina ladina que acompaña el evento pagando la música y haciendo presencia en largos protocolos. Un escritor indígena de ese pueblo me ha invitado, es un honor, le dije, y siento que es un honor. Yo soy allí lo más observado: vestido y zapatos, castilla para hablar, un modo diferente de ver, de aceptar las Pepsi-Colas bajo la sombra de los árboles. Catishtic es un pueblo perdido en la montaña. Catishtic no está en el mapa.
El aire helado de la montaña me mantiene activa. Camino de un lado para otro hasta que me rodea un grupo de chiquillos: observan, ríen, hablan entre ellos. Los llamo y les pregunto ¿hablan castilla?
- no, castilla no
- sí, castilla habla pero no quiere
Desde el fondo del mar de sus rebozos azules las mujeres me miran, siento que me muevo frente a ellas como en un escenario. Quisiera decirles algo afectuoso en su lengua, pero yo hablo castilla solamente y por eso sonrío, a ver si con ojos y boca cerrada se los digo. Tres horas de espera, desde las nueve de la mañana, sin más. No sé qué hacer con tanto tiempo entre las manos. Algunos hombres deambulan, hacen los preparativos: micrófono, acomodo de sillas, juncia en el piso porque es día de fiesta, cohetes... las mujeres, sentadas en el suelo con sus niños, miran el campo verde, extenso. El tiempo que me atormenta parece no existir para ellas.
Finalmente la ceremonia empieza. Número uno: “Honores a la bandera”. La maestra toma el micrófono y canta sele-vantaen-elmás-til-mi-ban-de-ra... la escolta de sexto año comienza a desfilar alrededor del patio, con la bandera en alto, comunsol-en-tre-cé-fi-rosy-tri-nos. Los niños visten de gala: chuj de lana, enredos como faldas y fajas de telar; la escolta de quinto año se encuentra con la otra a la mitad del patio oi-goy-sien-to-con-ten-to-la-tir-mi-co-ra-zón. Se paran frente a frente, sonrientes, yo oigo y siento contento latir mi corazón es-mi-ban-de-ra-laen-se-ña-na-cional. El director se acerca para hacer el cambio de escolta, la bandera pasará de una a otra mano previo juramento ¿juran ustedes defender esta bandera, símbolo de su patria, hasta con su sangre misma?
Nos cae encima el silencio con la primera oscuridad antes del agua. Los niños de las escoltas tiemblan mientras se miran un momento, callados. El silencio nos cae como cobijo. Silencio de cosechas perdidas, de hombres iletrados, de epidemias, de días de hambre. Silencio de mujeres perdidas en rebozos azules. Nuestras manos sostienen el saludo patrio a medio pecho y el director repite ¿juran ustedes, niños? SÍ JURAMOS. Des-de-ni-ños-sabre-mos-res-pe-tar-lay-tam-bién-por-sua-mor-mo-rir. La nueva escolta toma su bandera. Aplaudimos. Juramos todos. Es día de fiesta en Catishtic.
Foto: Sofía López Olalde
Excelente escrito!! me gusto mucho,gracias. creo q comparto mucha emooción cuando se habla de gente de verdad, de nuestros verdaderos heroes!!
ResponderEliminarHermoso texto y hermosos recuerdos!!! No dejes de escribir, te hace bien a ti y nos hace bien a tus lectores
ResponderEliminarSufrir y gozar. Ese es tu principio y tu fin, y nos enseñas con tu sencillez y sensibilidad a tener estos dos verbos presentes. Un abrazo.
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