Perdimos el asombro

¿Leer novelas o narcomantas?

John Coetzee es uno de mis autores favoritos, he leído todas sus novelas y reconozco en mi fervor literario por él una buena dosis de masoquismo. Coetzee es un escritor sudafricano que ganó el Premio Nobel en 2003 y quien, en sus obras, tiene como denominador común el cuestionamiento y la amarga crítica al apartheid y al racismo. Leerlo, entonces, es vivir la discriminación más terrible a través de sus personajes negros que no pueden entrar a los lugares de los blancos, que tienen lugares especiales en el transporte público, que no tienen derecho ni a escuelas ni a hospitales dignos… en fin, algo tan similar a la discriminación racial de los gringos a los negros en aquellos entonces y a los latinos en estos tiempos.

Sin embargo, también Coetzee es un buceador extraordinario en las honduras del alma humana y con él podemos vivir la soledad más profunda, el aislamiento, el abandono, la pérdida del sentido de la vida, la dependencia de otros, la humillación, el fracaso y, y… si sigo no acabo, todo el dolor humano se puede vivir en las páginas de las novelas de Coetzee. Quiero citar a Luis Matías quien, en el periódico español El País dice: “Por los libros de Coetzee hay que pagar dos veces: una, al adquirirlos, otra, al leerlos. El precio más elevado es el segundo: el desasosiego, el malestar, el dolor incluso.” Y así es.
Lo que he estado reflexionando en estos días es el porqué de mi búsqueda de estas emociones en páginas de libros y, un comentarista de la televisión me lo contestó cuando narraba el espantoso acontecimiento de esta semana: la muerte de 49 personas en Nuevo León, torturadas, destazadas, destrozadas, arrojadas a las calles. Dijo entonces el hombre: Veo que hemos perdido ya la capacidad de asombro. Y eso me asombró profundamente por lo cierto que es, ¿qué recovecos de mi psique me hacen refugiarme en el dolor de las novelas de Coetzee en estos días? ¿Ya perdí la capacidad de asombro ante lo que sucede en mi realidad o es que no la quiero ver porque duele demasiado? Duele, sí, duele más que Coetzee.

Si yo quisiera escribir y describir el terror de los acontecimientos mexicanos de hoy no me sería nada fácil encontrar las palabras. ¿Cómo se puede hablar del terror ante la tortura y la muerte, de la ansiedad por esconderse, del espanto de verse secuestrado, del pánico ante la incertidumbre del minuto siguiente? Y luego los gritos de los demás a los que van matando o mutilando, y luego el terror de nuevo y luego las viudas, los huérfanos, las familias mutiladas también porque no vuelven a ver con vida a quien amaban. Las almas de las madres huérfanas de hijos. Las almas de los padres y hermanos buscando el rastro del que desapareció y no se encuentra. El dolor de encontrarlos y el deseo de mejor no haberlos encontrado para seguir buscando aunque sea de por vida, pero con una esperanza. El dolor de lo que ya pasó, de la maldad y el sufrimiento terrible que imaginamos en ese día, en esas horas, en esos lugares que son nuestros y en esos narcos o militares o civiles que también somos nosotros.

¿Perdimos ya el asombro o estamos enfermos del dolor de tanto asombrarnos todos los días?