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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, Mexico
MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

sábado, 12 de diciembre de 2015

El alma de las cosas

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Cuando yo era niña escuchaba la radio con mi tía Lupe, recuerdo dos programas: el que yo odiaba y eran las peleas de box del Ratón Macías al cual mi tía admiraba muchísimo, antes de las peleas ella prendía una veladora a la Virgen de Guadalupe para que ganara el Ratón; el otro programa era mi preferido y se llamaba "El alma de las cosas", allí los protagonistas eran cosas como una cama o una casa, un libro, una lámpara, una olla de cocina y cualquier objeto más.
Las "cosas con alma" contaban sobre su vida, cómo se relacionaban con las personas, cómo las trataban, quiénes eran sus cariños, de qué hablaban con las demás cosas... y eso me parecía maravilloso porque entonces mi mundo ya no se componía sólo de las personas con las que yo platicaba, sino que había también un mundo paralelo de las cosas que nos rodeaban y que tenían también un alma como nosotros.
Hace 28 años, cuando llegué a vivir a Chiapas, me sentí fascinada por la cosmovisión indígena tan cercana a los que vivimos en San Cristóbal de Las Casas, leí a los antropólogos y conocí los relatos indígenas y sus creencias para darme cuenta de que ellos también conocían "el alma de las cosas" porque en las mañanas la mujer indígena saluda al comal y a la olla y agradece a la Tierra sus frutos y la vida, y la montaña es sagrada porque alberga secretos que algunas veces revela a los hombres, y el agua canta y todas las plantas viven y sienten.

Como católica de origen he visto desde siempre cómo la gente habla con los santos de la iglesia y cómo de verdad, en vez de asumir que son una representación de un ente espiritual o de una persona que vivió en este mundo, piensan y sienten que el santo de piedra o de yeso es real y le besan los pies, lo acarician, lo visten y le llevan regalos. El alma de las cosas era aquel programa de la radio que no había salido realmente de la ficción porque también lo fui encontrando en la realidad.
Cuando murió mi padre mi mamá me dio un suéter verde que él usaba mucho y el bolígrafo que llevaba en la camisa el día que murió. El suéter era viejo y el bolígrafo era una pluma atómica de mis tiempos de escuela, objetos viejos como mi padre y cercanos a sus últimos días de vida. Los conservé muchos años, en mi cosmovisión ponerme el suéter de mi padre en los malos tiempos era una protección, un abrazo también.
Después: un día de mi vida y regresando de la playa me di cuenta de que las fotos que había yo tomado con tanto sentido de urgencia no habían captado nada, es decir, nada de lo que yo quería llevarme de allí y es que esos momentos tenían ruido de agua de  mar, brisa pegajosa en la piel, aire cálido que acariciaba, y un maravilloso y terco sol ardiendo por todos lados; no, en las fotos no había nada de eso y yo había desperdiciado tiempo de expreriencia por estarlas tomando para llevarme el mar a mi casa. Al regreso decidí que el suéter de mi padre se iría en la caja de ropa que llevaba yo al asilo de ancianos porque el suéter ni me protegía ni me abrazaba; por otro lado aquella pluma atómica un día dejó de escribir y decidí tirarla a la basura, el alma no estaba en las cosas, el alma estaba en mí y el recuerdo de mi padre era más profundo en mi alma que en la supuesta alma de un suéter y una pluma. El suéter verde y la pluma atómica eran como aquellas fotos del mar: no tenían ya nada de lo que yo quería retener.
Desde entonces hablo con mis padres que viven ya en el mundo espiritual, desde entonces siento sus abrazos despierta y en sueños también, y desde entonces asumo que "El alma de las cosas" era sólo un maravilloso programa de radio que, cuando yo era niña, escuchaba con mi tía Lupe.

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