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MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

viernes, 4 de noviembre de 2011

El judío errante

Imagen: grabado de David Shankborne


Mi abuelita era una mujer muy sabia y entre más vieja se hacía sus consejos emanaban de la más profunda experiencia de vida de una mujer inteligente. Nos contaba muchas cosas y una de ellas era la historia de El Judío Errante quien, según cuenta la Historia Sagrada, era un judío condenado a vagar sin poder descansar como castigo por haber insultado a Cristo el día de su crucifixión. El judío camina desde entonces y en algún lugar del mundo debe andar porque además tiene encima otra maldición: no puede morir. Mientras camina se lamenta, le duele la conciencia, pero no puede nunca realmente desahogar su dolor.

Un día en que yo estaba “llena de trabajo”: escolar, de mi coche, de mi trabajo, de mi casa, de mis mil pendientes y no quería parar ni para comer, mi abuelita me dijo: “Pareces el judío errante, hija, ya siéntate de una vez para que llores”. Y me llevó de la mano a un sillón de la sala y se sentó conmigo y sucedió como dijo: lloré y lloré por mucho tiempo y, poco a poco, después pude irle contando lo que me pasaba. Mi abuelita no sabía que la actitud “judío errante” se llama mecanismo de defensa de evasión, pero ni falta le hacía porque sabía reconocer lo que había detrás de nuestra hiperactividad.

Desde entonces reconozco a los judíos errantes que van pasando por mi vida: los adictos al trabajo, los viajeros incansables, las madres perfectas, los de grandes capacidades para trabajar y/o estudiar, los deportistas campeones que no paran de entrenar, los comedores compulsivos, los obsesivos por el orden y la limpieza… en fin. Sin embargo, aún no logro reconocerme a mí misma cuando ando de judío. Hace unos días me sentía yo orgullosa de mí misma porque en una sola tarde había resuelto como diez asuntos, a bordo de mi Pitufimóvil recorrí la ciudad de cabo a rabo muchas veces y la supermujer llegó a su casa cansadísima. Entonces, cuando me senté en un sillón de la sala porque ya no podía más, vi a mi abuela junto a mí diciéndome, hija pareces el judío errante, siéntate de una vez para que puedas llorar. Y así fue, lloré mucho mientras en voz alta le contaba lo que estaba sufriendo.

En psicología este contar las penas se llama “verbalizar”, “el acto de la verbalización” y sirve para desahogarse, bajar el nivel de angustia, pero sobre todo, para ayudarnos a pensar con más claridad porque, mediante la magia de las palabras los sentimientos puros, fuertes y tremendos empiezan a tener nombre y apellido y pasan al hemisferio izquierdo de nuestro cerebro, cuna del lenguaje humano y del raciocinio.

El judío errante sólo gimoteaba en su camino porque no podía sentarse para llorar y menos aún para poder verbalizar y sanar.

Pregunto: ¿acaso eres tú también a veces un judío errante como yo que ni cuenta se da de lo de la evasión?

PD Para aquellos que deseen más enseñanzas de Doña Bisquetita véase en este blog "Mi abuelita decía" Miércoles 14 de julio, 2010

5 comentarios:

  1. Me encantó esta historia, porque nos han enseñado a ser fuertes y capaces y llorar lo tomamos como muestra de debilidad, cuantas veces es necesario llorar o acompañar a alguien para que llore. Susana

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  2. Jorge L. Olalde M.D.4 de noviembre de 2011, 19:34

    La historia del Judío errante se menciona como "maldición" pero eso a su vez los ha hecho fuertes, inteligentes, ricos y muy hermanables entre ellos. Esa es mi opinión del Judío errante.

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  3. A mi cuando me entre el judío, me ponen un "estate quieta" desde arriba. Quién sabe, a lo mejor es mi bisquetita. Besos

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  4. Muy buena Metafora que ayudara a pensar para definir como proceder
    Tomen en cuenta que para El Hombre de Empresa el Pensamiento en Accion que siempre encontrara satisfaciones en el Saber y en el Hacer

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  5. A todos nos pasa, lo peor como dices, crees que eres superman y no un evasivo. Lo bueno que cuando te das cuenta, te ves más humano tanto contigo mismo como con los que convives. Besos.

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