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MIS LIBROS: Olivos y Acebuches (cuento), Con un padre me basta (novela), Hablarán nuevas lenguas (poesía),Mar de cristal transparente (novela), Muy Intimos Quadernos (novela), Siete casos en busca de un psicólogo

sábado, 15 de septiembre de 2012

1957

 



México, D. F. a 23 de febrero de 1957.
“La Patria”
por
Lupita Olalde Ramos

                                                                               Escuela: Instituto del Espíritu Santo
                                                             Materia: Historia Patria
                                                              Grado: Tercero de primaria
                                                                       Maestra: María Mercedes Pineda
                                                                                      

            No puedo escribir sobre la Patria. Ni siquiera estoy segura si se escribe con mayúscula, si es nombre propio o común. La maestra dijo que hiciéramos una composición de dos cuartillas, sobre la Patria porque es Día de la Bandera y yo no puedo escribir sobre la patria.
            La Patria es tesoro en el corazón, dice mi papá y tampoco entiendo nada hasta que me dice que tesoro y amor se parecen y que en el corazón se guardan los cariños como el que le tengo a mi perra y lo que quiero a mi mejor amiga y a mi abuelita y a mis primos. Empiezo, escribo...escribo porque patria-tesoros es algo más claro como mi muñeca Patricia, mi abuelita, mis dos primos grandes, que se va clarificando con lo del cariño mi perra, mi casa, mis juguetes, los vecinos que juegan con nosotros ¡cómo quiero a la Patria! Creo que sí debe escribirse con mayúscula, que sí es nombre propio como el de Don Pepe que arregla mi bicicleta, mi tía Isabel; y faltan todavía los tesoros-lugares de la playa, la iglesia, la tienda grande de juguetes, la pista de patines, el zoológico.
Escribo: la Patria es alegría y es tesoro del corazón y pienso que a lo mejor debe ir toda la PATRIA con mayúsculas porque es nombre propio, grande y alegre que guarda todos los cariños; pero tengo que escribir también que la PATRIA es triste porque los vecinos son muy pobres y a veces no comen bien y Santaclós les trajo de regalo los uniformes de su escuela y no entiendo bien por qué a los pobres ni Santaclós los quiere y ¡mala suerte!, pero la PATRIA también son los robachicos y secuestradores a los que les tengo tanto miedo y los que están locos y encerrados en el manicomio y también las inditas que venden fruta en el mercado y hablan mal español, como si fueran niñas chiquitas y todo el mundo las arremeda y se ríe de ellas y a mí eso me da mucha tristeza. La PATRIA también es triste, escribo, mientras pienso que LA PATRIA debe escribirse con mayúsculas desde el artículo porque es demasiado lo que lleva adentro como para que le quepa en una sola palabra. Escribo y siento, escribo y pienso; mi corazón con tesoro late mucho.

            La Patria es mi ciudad: Ciudad de México. Los jueves a las 8 de la noche mis hermanas y yo veíamos a Viruta y Capulina: “Cómicos y Canciones Adams”, cantaban las hermanitas Navarro. A mis papás les gustaba más el programa “Estudio Raleigh” con Pedro Vargas que llevaba invitados como Alejandro Algara y otros que cantaban con Alvarito al piano, y además, para hacer chistes estaba el Chino Herrera y mis papás se reían muchísimo y yo recuerdo con intensidad esos programas mientras miro la televisión y aquí y ahora el nuevo Downy es la protección materna y con helados Holanda se ve todo del lado amable.
            Después de los helados antidepresivos y el afecto que emana de los detergentes continúan las noticias: el reportero entrevista a un damnificado que ¿cómo se siente usted?, que ¿qué opina del temblor?, y ojos de agua le responden, palabras cortadas; el reportero entrevista al secuestrado, al herido: ¿qué le puede usted decir al auditorio?, y miradas tristísimas le responden, palabras ahogadas y coma helados Holanda, ¡que lo acaricie el Suavitel!
            Una ráfaga de luz vibrante y gélida me atraviesa desde la pantalla. Ciudad de México, ciudad enorme habitada de fantasmas, de almas en pena por doquier y yo, metida en cama, no puedo despegarme de la pantalla porque, hundida en un rebozo, llora la madre de una niña violada y asesinada; el reportero, frente al féretro, con cara de respeto, le pregunta su nombre. M a r í a... frases débiles se oyen, quejidos de agua y el reportero insiste: ¿quiere usted narrar al auditorio lo ocurrido? Mirada perdida de la madre. El jabón Zest te vuelve a la vida. Coca-Cola es alegría.
            Y yo regreso a las “Noches tapatías” y ya no recuerdo si había tantos comerciales en las pantallas o mi memoria reprime y mis ojos veían solamente lo blanco y lo negro y mis ojos eran y no hay ojos más lindos en la tierra mía, que los negros ojos de la tapatía. Los negrísimos ojos como el pelo de Velvet, la niña del caballo que era yo en la tele y luego viernes a las siete y media y Rin-tin-tin en la pantalla con el teniente Rip Masters, el sargento Bif O´Hara y el cabo Rusty y son los años cincuenta de México desde la gran ciudad. 
             Y ésta es mi Patria, la de ayer y la de hoy, mi misma Patria de siempre.

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